Vicente Botín: Cuba: entre el doctor Jekill y el señor Hyde

Vicente Botín: Cuba: entre el doctor Jekill y el señor Hyde

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Raul Castro celebra el 60 aniversario de la revolución cubana

“Acércate más, y más, y más,/ pero mucho más…” Osvaldo Farrés podría cantar como nadie las excelencias del nuevo jabón medicinal cubano que según reza la publicidad tiene “beneficios probados en la eliminación de olores axilares, vaginales y en los pies”. Con ese jabón, que se vende a 25 pesos cubanos la unidad, el gobierno quiere hacer olvidar las denostadas pastillas “Batey” y Nácar” que hasta hace poco se vendían por la Libreta de Racionamiento y que además de su desagradable olor provocaban irritación en la piel.

El nuevo producto, loado por la prensa cubana por “su eficacia en la limpieza profunda de la piel y la acción germicida”, carece sin embargo de propiedades para limpiar “la corrupción y la pérdida de valores morales y cívicos” que denunció recientemente Raúl Castro en la Asamblea Nacional del Poder Popular. El presidente trazó un sombrío panorama del país como consecuencia del deterioro de valores como “la honestidad, la decencia, la vergüenza, el decoro, la honradez y la sensibilidad ante los problemas de los demás”.





Raúl Castro reconoció que “una parte de la sociedad ha pasado a ver normal el robo al Estado” y enumeró una larga lista de “indisciplinas, hechos delictivos o comportamientos inadecuados” desde “la comercialización ilegal de bienes y servicios, la aceptación de sobornos, las construcciones ilícitas o el fraude académico” hasta “la chabacanería o el uso indiscriminado de palabras obscenas”.

Días después Raúl Castro pareció haber olvidado por completo el sombrío panorama que trazó ante los asombrados “parlamentarios” cubanos. En un discurso que pronunció en Santiago de Cuba, con motivo del 60 aniversario del frustrado asalto al Cuartel Moncada, Castro se enorgulleció de la obra realizada por “la generación histórica” que lideró el proceso revolucionario que “seguirá siendo de los humildes, por los humildes y para los humildes”, y reiteró que “está en marcha el proceso de transferencia paulatina y ordenada a las nuevas generaciones de las principales responsabilidades de dirección en la nación”.

Raúl Castro ondeó en su arenga “las banderas de la revolución y el socialismo” por las que, según dijo, “entregaron sus vidas innumerables patriotas y revolucionarios desde los indios y esclavos que se rebelaron contra la opresión hasta nuestros días”. Un buen discurso “electoralista” podría decirse, patriotero y repetitivo hasta la saciedad, coreado por los jefes de estado y de gobierno de la Alianza Bolivariana de los Pueblos de Nuestra América y el presidente de Uruguay. No podía faltar en esa celebración un homenaje a Fidel Castroporque, según dijo su hermano Raúl, “nos guió a la victoria y situó en el mapamundi a nuestra pequeña isla como un baluarte de la justicia social y el respeto a la dignidad humana”.

El “baluarte” de “justicia” y “respeto” es una entelequia, como el hombre nuevo, un mantra en el santoral de la revolución repetido hasta la saciedad. El presidente de Cuba, como hiciera tantas veces su hermano Fidel, ha reconocido que la corrupción, más que Estados Unidos, puede acabar con la revolución.

Pero “hurgar en las causas y condiciones” que han llevado a esa situación, como ha dicho Raúl Castro, es una tarea imposible porque es muy difícil perseguir a la propia sombra. No se puede ser pirómano y bombero a la vez. Había que recordarle al benjamín de los Castro las palabras de su hermano Fidel en su alegato “La historia me absolverá”: “Y cuánta charlatanería para justificar lo injustificable, explicar lo inexplicable y conciliar lo inconciliable”. Tanta palabra hueca para ocultar que los mercados “no están abarrotados de productos” ni llenas “las despensas de las casas” como prometió el líder máximo en su defensa por la locura del Moncada.

Hoy, los principales “logros” de la revolución son la cartilla de racionamiento, que acaba de cumplir cincuenta años, y la bicicleta. Por la “libreta”, como se la conoce popularmente, los cubanos pueden comprar algunos productos subvencionados que apenas llegan para siete días al mes. La mayoría de los artículos tienen que adquirirlos en pesos convertibles, con un valor 24 veces superior al peso cubano, moneda en que se pagan los salarios. Con un sector agrícola estancado después de medio siglo de control centralizado del gobierno, Cuba tiene que importar hasta el 80 por ciento de los alimentos que consume, con una factura anual que supera los 1.500 millones de dólares anuales. La forma de acceder a ese otro mercado es mediante “los hechos delictivos” que denuncia Raúl Castro.

Ante la debacle del transporte público, la bicicleta se presenta otra vez como alternativa para los cubanos, como ocurrió durante el “periodo especial”. Los famosos autobuses chinos “Yutong” que según Fidel Castro iban a ser la panacea, van muriendo lentamente sin piezas de repuesto, lo que les ha llevado a un proceso de canibalización para aprovechar las piezas sanas de los estropeados.

Mientras la nomenclatura ha ido acumulando poder y privilegios, los “humildes” siguen soportando los desatinos de un sistema que se enorgullece de sus “logros”. Con sus “reformas” para parchear el desastroso panorama económico del país, Raúl Castro trata de ganar tiempo para ceder, como ha dicho, su lugar a los “pinos nuevos”. No deja de ser una paradoja que en un país de palmeras Raúl Castro utilice los pinos como metáfora. Pero las paradojas tienen mucho que ver con la idiosincrasia de los hermanos Castro que han destruido Cuba y se rasgan las vestiduras como si no tuvieran nada que ver.

Raúl Castro quiere hacernos creer ahora que es el doctor Jekill y culpa al señor Hyde de todos los desastres del país sin querer reconocer que ambos son la misma persona.

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Vicente Botín, escritor y periodista. Estudió Periodismo y Ciencias Políticas y Sociología en la Universidad Complutense de Madrid

 

Tomado de Infolatam