Supervivientes del ébola viven un segundo calvario en el Congo

Supervivientes del ébola viven un segundo calvario en el Congo

Foto AFP
Foto AFP

“¿Qué va a ser de los que nos hemos curado?” Más que sus palabras, la mirada fija de Marie Boongo resume la incertidumbre de un superiviente del ébola en la República Democrática del Congo y su dificultad para volver a la normalidad.

Después de 30 días, esta congoleña de 58 años se curó en septiembre en el centro instalado por Médicos Sin Fronteras (MSF) en Lokolia, a unos 800 km al nordeste de Kinshasa. Pero su calvario no acabó ahí.

A su salida se enteró de que la fiebre hemorrágica había matado a la mayoría de sus familiares: a ocho de sus nueve hijos, dos de sus nietos, su hermana mayor y otro pariente. Le queda su marido.





“Estábamos en un entierro cuando tuve la sensación de tener la malaria”, cuenta esta mujer, que no es capaz de recordar cuándo llegó al hospital.

“No volví a ver a ninguno de los miembros de mi familia que me trajeron al hospital, murieron sin que lo supiera”, afirma.

Según cifras oficiales, Boongo es una de los doce supervivientes de la epidemia del Ébola que ha causado 43 muertos desde finales de julio en una región del noroeste de la República Democrática del Congo.

Una vez curada volvió a su pueblo de Ituku, pero pronto se tuvo que ir.

“No podía soportar no ver a mis hijos”, confiesa. “¿Qué van a hacer ustedes de nosotros?”, le pregunta luego al periodista, como si se dirigiera a toda la sociedad, refiriéndose a los que se han curado.

El psicólogo del ministerio de Sanidad congoleño Olea Balayi ayuda a las personas curadas del ébola a recuperar su lugar en la sociedad, porque “muy a menudo son estigmatizadas”, explica.

Cuando regresó a la aldea, Boongo estaba acompañada por Balayi. “Para demostrar que no constituía un peligro, la saludamos delante de todo el mundo”, explicó el psicólogo.

La epidemia de ébola que azota Lokolia es la séptima en la RDC desde el hallazgo del virus en 1976. Según Balayi, en el pasado se registraron muchos casos de “depresión” entre las personas curadas.

Como la vuelta a la aldea no fue como le hubiera gustado, Boongo regresó a Lokolia y está siendo muy útil en el centro en el que fue tratada.

Los supervivientes son inmunes al virus. Por eso ella se puede acercarse sin protección a los pacientes, al contrario del personal sanitario.

Primero se ocupó de niños enfermos y desde hace unos días acompaña a un niño de corta edad que ha sido aislado por miedo a que haya contraído el virus.

Fuera de la doble barrera de plástico de protección, Bokomo Iruje, su marido, la espera para ayudarla.

“Vamos a vivir de nuevo juntos, es mi mujer”, dice este empleado de la Cruz Roja congoleña. “Como se ha curado, doy gracias a Dios. No tengo por qué tener miedo de vivir con ella”. AFP