Reconciliarse con el pasado, el camino para sanar viejas heridas

Reconciliarse con el pasado, el camino para sanar viejas heridas

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“Las experiencias dolorosas nos dejan recuerdos envenenados”, asegura Michael Lapsley, un pastor anglicano al que su militancia antiapartheid le costó la pérdida de sus manos y de un ojo, y que ahora intenta sacar ese veneno de las víctimas de todo tipo de violencia.

por Ana Fernández-AFP

Este hombretón de 65 años, con aire de Papá Noel, afable y alegre ha contado en un libro, “Reconciliarse con el pasado” -presentado la noche del jueves en París y próximamente en Madrid- vivencias propias y ajenas que espera que sirvan de “espejo” para los lectores y les enseñe a “gestionar su pasado”, liberándolos de una carga que a menudo arruina vidas.

“El libro es testimonio de lo que se puede hacer a través del amor, de las oraciones o del apoyo de otras personas”, explica tras reconocer ante un nutrido grupo de gente congregado pese a la gélida noche en un templo anglicano en la capital francesa, que el “el dolor une a los seres humanos”.

Neozelandés de nacimiento pero sudafricano de adopción, Lapsley llegó como joven sacerdote en 1973 a la Sudáfrica del régimen racista del apartheid, contra el que no dudó en empuñar las armas. En el exilio, en Zimbabue, le enviaron una carta bomba que le dejó sin manos y un ojo.

“La bomba que no logró matarme dejó intacta mi lengua, que eral mi única arma contra el apartheid”, recuerda en el prefacio del libro en el que considera que la historia de Sudáfrica es una “parábola destinada a un mundo necesitado de esperanza”.

Para Lapsley, fundador del Instituto para la Sanación de los Recuerdos en Ciudad el Cabo, la mayor parte de la gente que sufre o ha sufrido violencia, pobreza y represión, se queda en el estado de “superviviente”, es decir, rumiando su dolor y su impotencia que a menudo amarga sus vidas y los  transforma de víctimas en victimarios. De torturados en torturadores.

“El dolor compartido es lo que nos une. La dimensión de la sanación solo se puede producir cuando se comparte”, dice antes de explicar que cuando “las personas ven que alguien reconoce su dolor y su sufrimiento, se sienten aliviadas y preparadas para retomar las riendas de su vida”.

Y muchos lo ven a él como un “espejo” creíble capaz de ponerse en el lugar de los demás.

Nadie tiene por qué seguir siendo prisionero de su pasado, por el contrario,” podemos convertirnos en protagonistas de nuestro futuro, ayudando a conformar y crear un mundo mejor”, asegura.

“¿Debemos perdonar? ¿Es posible conciliar el perdón con la lucha por la justicia?”, se pregunta este partidario de la justicia “reparadora” y no de la “punitiva” que a menudo no solo no contribuye sino que empeora la situación emocional de mucha gente.

Recuerda que hace unos días en Luxemburgo, durante una visita a un centro educativo para explicar su labor, se encontró con un niño colombiano a cuya madre la mataron las FARC. El niño quería regresar a Colombia para encontrar a los guerrilleros que la mataron y enfrentarse a ellos, pero al preguntarle Lapsley qué es lo que hubiera deseado su madre para él, el niño se quedó reflexionando y al día siguiente le envió un correo electrónico para decirle que lo que le hubiera gustado a su mamá es que se convirtiera en un adulto sano, con estudios y con una vida plena.

No sólo las víctimas de la guerra o de la violencia necesitan ayuda. Los talleres que imparte por el mundo este “sanador herido con una misión mundial” están orientados a la reconciliación nacional,  los enfermos de sida, los presos o los refugiados. “Creo que todo el mundo, incluido yo mismo, necesita que se le recuerde que el espíritu humano es capaz de triunfar sobre los pronósticos más pavorosos”, asegura. AFP

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