William Anseume: Fundamentalismo rojo

William Anseume: Fundamentalismo rojo

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El fundamentalismo, en lo que tiene de religioso y de pretensiones, a veces logradas, de dominación no es novedad alguna. Los pueblos islámicos lo conocen bien. Saben de sus estrategias para doblegar y a veces se entregan a ellas sin dilucidación alguna. Nosotros hemos conocido poco de esto. Tal vez Pérez Jiménez ensayó algo parecido, con su Semana de la Patria, sus desfiles y sus reconocimientos exacerbados, en oportunidades, de la cultura militar como única valedera, y digna de mantenerse en pie. Su racismo, manifiesto en la oleada de extranjeros que hizo venir, según sus palabras, para echar algo de componente blanco que enderezara nuestro mestizaje hacia la laboriosidad europea, y su enorme desprecio por los partidos políticos como intérpretes de los movimientos sociales.

Si me aproximo a la simplicidad teórica del diccionario, el término se me aclara en cuanto a: “exigencia intransigente de sometimiento a una doctrina o práctica establecida”. Nunca como en estos días he percibido algo parecido a ese seguimiento doctrinario exacerbado cerca de mí, con sus buenas dosis de terrorismo implacable propiciado por el estado. Sé, desde luego, de los presos por protestar, de los muertos, de los allanamientos y persecuciones, de la censura que me ha llegado muy de cerca, de las agresiones oficiales constantes por un tuit, por una opinión, como ocurrió en estos días con un profesor universitario preso por advertir una calamidad venidera, Todo eso lo proceso a diario, sin duda, con el cerebro, a través de todos los sentidos, por la piel.

Dos muestras de esas calamitosas aproximaciones políticas al fundamentalismo a lo Hitler, a lo Mao, a lo Stalin, se me acercaron recientemente.

El sábado me dirigía a buscar alimentos para un estudiante preso, de esos que no reciben comida alguna por parte del estado servil que lo detuvo hace meses, de esos que están hacinados entre decenas de presos comunes en la misma celda, de esos que no ven el sol, de esos cuya visita tiene la temporalidad más limitada de visita alguna: tres minutos semanales, de esos que por no aceptar y no doblegarse prefieren la calamidad carcelaria venezolana y no se callan; pues, pasando por la Plaza Carabobo, en las cercanías de aquel liceo de mi bachillerato, aquel que lleva el nombre de uno de los grandes civilistas venezolanos, Andrés Bello, me dejé atrapar por el ruido rimbombante de un acto que parecía celebratorio, en medio de mi carrera por llegar pronto a mi destino de ese día.

Mi sorpresa no fue casual. Celebraban algo así como los ascensos de la milicia bolivariana, En un acto militaroide que causaba crispación al menos en mí. Nadie se acercaba. Los transeúntes huían de aquello y lo veían entre asqueados y lejanos, No era algo de lo que se presintieran pertenecientes, como si de islamitas sembrados en la Carabobo se tratara. Un misterio tenebroso borlaba “aquello”.

No fue eso lo más llamativo del evento. Los destemplados gritos de aquellos seres, dando vivas a un muerto: Chávez; los puños firmemente enarbolados con una furia especial, de religioso poseído, de violencia por desatarse, contenida y explosiva, como si de una granada fragmentaria que cupiera en una mano gigantesca e indócil se tratara, las vestimentas rojas y caquis, las banderas, entre las que resaltaban las de un partido político colocadas detrás, PPT, dan cuenta de la búsqueda de ese fundamentalismo tristón ya, pero peligroso, sin dudas. Generaban terror aquellas imágenes y aquellos ruidos de presencia inocultable, con su clara intención de querer molestar a los vecinos o a quien transitara ese concurrido lugar.

Lo otro fue un evento muy menor. Los motorizados de ese partido, Redes, el del lacayo gubernamental Barreto, circularon por mi pueblo, adhirieron a su “causa” a unos pocos más: cinco, siete, a meter ruidos en motos, como antiguos caballos asoladores, decidores de ansias de poder, de doblegar no con convencimiento sino con fuerza al resto, aunque sean más. Y sus banderías también enarboladas, una red que suena a crimen, a araña venenosa y velluda, cuyo propósito en llamar la atención sobre sí, alterando el conato de paz de cada día.

El fundamentalismo no nos calza.

wanseume@usb.ve

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