Víctor Simone de la Cruz: La Venezuela de los atajos

Víctor Simone de la Cruz: La Venezuela de los atajos

thumbnailcolaboradores-190x130 El Dr. Arturo Uslar Pietri, eminente venezolano a quien se le reconocerán sus grandes méritos una vez salgamos de esta peste populista, explicó, desde el aspecto cultural,  el poco apego al trabajo que tenemos los venezolanos.  El sostuvo que el origen de ello  estaba en nuestra mezcla de razas:  En España era mal visto el trabajo manual y los que lo hacían ocupaban un bajo rango social.  Los indios, cazadores y recolectores, desconocían lo que era el trabajo y el negro había sido secuestrado en su África natal y trasladado a nuestras tierras, donde lo esclavizaron y obligaron a laborar como un animal, por lo cual creó una aversión hacia el trabajo del cual se quería liberar.  Esta explicación determinista  no tenemos que asumirla como un dogma, y quizás en los tiempos del Dr. Uslar fue verdad, pero hoy en día ¿Dónde puede trabajar un venezolano que no sepa hacer nada? y que, según estudios, forma parte de una inmensa mayoría creyente en que mediante el trabajo no se puede alcanzar la prosperidad  y más bien piensa, que la única manera de salir adelante, es robando al estado, recibiendo dádivas del mismo o fundamentar sus esperanzas en las promesas con que nos puede engañar un caudillo que a cambio nos obliga a hacer lo que le venga a su real voluntad.

Otro rasgo presente un muchos de nosotros es la viveza, la cual ha sido explicada por destacadísimos  sociólogos como un mecanismo de supervivencia y que está tan bien representada en los cuentos de Tío Tigre y Tío Conejo de Antonio Arraiz. En dichos cuentos, el conejo personifica al personaje débil que siempre vence al fuerte, el tigre, a través de todo tipo de artimañas.  Es la versión criolla de la célebre frase atribuida a Maquiavelo que dice: “el fin justifica los medios”.  El problema es que cuando la mentira, la trampa, la zancadilla y los antivalores  se instauran en un colectivo, obtenemos como resultado una sociedad como en la que estamos viviendo, con el agravante que se pierde la capacidad de indignación y se paga el precio que eso conlleva.

El abuso también forma parte de nuestra idiosincrasia.   Alguien que describió muy bien esta característica nuestra  fue Pedro Estrada, jefe de la policía política del gobierno de Pérez Jiménez,  quien en entrevista otorgada a Agustín Blanco Muñoz, cuando este le preguntó  sobre el abuso por parte de personeros del Régimen, Estrada le respondió más o menos así:  “Si en el pueblo más remoto de Venezuela, usted nombra  Jefe Civil al hombre más insignificante, este se convierte en un pequeño dictador”   No hace falta explayarse en muchas explicaciones para convencernos que eso es así, basta con observar  el comportamiento de muchos de los personajes  del actual Régimen.





Aún cuando ya no se ven como ocurrió  en el pasado, las Gestorías fueron negocios legales que funcionaban abiertas al público, donde acudían los ciudadanos para que les gestionasen la obtención de todo tipo de documentos o  permisos,  mediante diligencias que debían realizarse ante el estado.  Inicialmente en su mayoría fueron operadas por avezados inmigrantes europeos, quienes con mucha simpatía y el correcto uso del “aceite que lubrica todas las bisagras”,  lograban agilizar cualquier trámite ante la enmarañada burocracia criolla.  Las gestorías cerraron sus puertas, pero hoy la profesión está más floreciente que nunca, e indagando entre nuestros familiares o conocidos, daremos con esa persona quien, por una suma acordada, nos ahorrará los trámites ante cualquier organismo público. Y en la medida que avanza ese afán de controlar a la sociedad, este Régimen se ha inventado tal cantidad de asfixiantes reglamentaciones, que han tenido que aprobar la Ley de Simplificación de Trámites Administrativos y poner al frente de ese nuevo organismo burocrático al que ellos consideran es uno de sus hombres más capaces.

No es temerario afirmar que el chavismo hizo aflorar en nosotros lo peor de nuestro ADN social.  El daño que se le ha hecho a la sociedad es de tal  magnitud, que repararlo va a requerir muchos años y será una tarea monumental.  No es cualquier cosa que tengamos a 1.500.000 jóvenes que no estudian ni trabajan, que tengamos la tasa más alta en Latinoamérica de madres adolescentes, que tengamos la segunda tasa de asesinatos por cada 100.000 habitantes entre todos los países del planeta y que los integrantes de una cleptocracia no puedan explicar donde fueron a parar los 800 mil millones de dólares que le ingresaron al país  en estos últimos 15 años.    Quizás la parte  macro-económica sea la de más fácil solución, total ahora es que nos queda petróleo, pero la parte social, para arreglarla, requerirá  de mucha imaginación y sobre todo de educación.   Esta debe ampliarse para  enseñarnos nuevos valores y rescatar los que hemos perdido.  También se tendrá que reforzar la doméstica y en cuanto a la educación  escolar, habrá que evaluar muy bien si es que vamos a seguir  graduando universitarios para incorporarlos a la burocracia  del estado.  Tenemos millones de carros, aires acondicionados, computadoras, electrodomésticos y cualquier otra cantidad de aparatos y no hay técnicos que los reparen. Igualmente contamos con diversas materias primas y no hay ciudadanos capacitados para transformarlas e incorporarles valor agregado,  además contamos con millones de hectáreas de tierras fértiles y no hay agricultores que las pongan a producir.  Quizás es hora de pensar en un programa de UN OFICIO PARA TODOS.