La Cortica, sendero del peligro entre Venezuela y Colombia

La Cortica, sendero del peligro entre Venezuela y Colombia

trocha

 

Un niño, de escasos nueve años, levanta un mecate deshilachado con fuerza inmediatamente cuando ve al carro acercarse y no lo deja pasar, estira su brazo con un pote oxidado que antes estuvo lleno de leche y hace señas inquietantes con sus manos, el conductor sabe que significa: debe pagar 100 bolívares para seguir transitando por un río seco plenado de monte llamado “La Cortica”, una trocha entre Venezuela y Colombia, publica Panorama.

Es la primera “guaya” (cuerda) que cruza el chofer del carro Malibú de los años 80, en total son 13 que debe atravesar y desembolsillar “la pasada” para poder llegar a su destino final.

En el carro van cinco adultos con dos bebés colombianos. Pagaron 3.000 bolívares cada uno para ser llevados desde Paraguachón a Maicao, en Colombia.

La familia llegó a La Raya el martes, el primer día del cierre fronterizo, y al ver que no podía llegar a Colombia, decidió irse por “los caminos verdes”… las rutas ilegales donde prevalecen las calamidades y los negocios ilícitos.

Están conscientes del peligro que corren, pero asumen el riesgo. La trocha es como jugar a la ruleta rusa, a veces se gana y en otras se pierde. En esos caminos de la Alta Guajira no hay policías ni militares, son vías en las que mandan los indígenas quienes cobran “los peajes” y hacen su “agosto”.

“Todo es impredecible cuando se anda por una trocha, juegas con la suerte. Allí ocurre de todo, hay violaciones, robos y en ocasiones, la guerrilla quiere demostrar ‘supremacía’ ante los wayuu y les quitan el control de las ‘guayas”, susurra, María Palmar, una buhonera que pasa alimentos regulados venezolanos todas las semanas a Maicao.

En “La Cortica” hay una especie de tabulador para poder cruzarla y se cobra de acuerdo con el medio de transporte. Si se va en moto cuesta 1.000 bolívares, en carro por puesto 3.000 y si se camina es gratis. Los precios varían de acuerdo “al peligro que corran los conductores”.

El trayecto son 25 minutos en vehículo o motocicleta y 50 minutos a pie en una travesía entre el monte, los insectos, piedras y un sol candente.

La trocha queda a 200 metros del punto de control fronterizo de la Guardia Nacional Bolivariana y mientras en esa alcabala devuelven a quienes pretenden cruzar la frontera, porque el Gobierno cerró la frontera desde el lunes; “La Cortica”, es atravesada por cientos de personas a diario. Unos llevan a cuestas sus equipajes y otros gasolina, medicinas y alimentos para venderlos a precios irrisorios al llegar a Colombia.

De Maicao hasta Paraguachón cobran en pesos para pasar por “los caminos verdes”. En carro cuesta 10.000 pesos, cada puesto, y en moto 3.000.

“Me mataron a un familiar en Paraguaipoa y debí ir desde Riohacha hasta Maracaibo y como la frontera está cerrada, pagué en Maicao 8.000 pesos para irme en moto con mi esposa y mi hija, de cuatro años”, contó Luis Eduardo Moreno a PANORAMA.

“Por la trocha no hay nadie que te revise, puedes pasar todos los alimentos que quieras sin problemas”, asegura un contrabandista.

A unos 100 metros del comando de la GNB hay otra trocha por la que solo se puede ir a pie y en moto, esa no es gratis, hay que cancelar Bs. 200 por “la pasada”. Queda justo al lado de una casa verde con rosado, cuya dueña es la que se llena los bolsillos a cuesta del pago de los que pasan esta tierra de la Guajira entre Venezuela a Colombia, donde los indígenas aseguran que no hay línea fronteriza que los divida.

La anciana wayuu se sienta desde que sale el sol hasta que se oculta en una silla de plástico desgastada. Allí, en la enramada de la vivienda, tiene la vista fijada en la entrada de la trocha. Ella no se mueve por su edad, por lo que le grita a las personas que caminan que paguen, y si no lo hacen los amenaza con un bastón.

A las 2:00 de la tarde, “Catalina”, como dijo llamarse, tiene una lata oxidada de galletas repleta de billetes de Bs. 100. No se ha parado, ni para tomar agua desde las 6:00 de la mañana, para estar atenta de quién cruce “su territorio”. La mujer de cabellera blanca también cobra por usar un baño improvisado detrás de unas latas de zinc.

Esas dos no son las únicas trochas que hay, los mismos usuarios dicen que rondan más de 40, las conocidas y usadas con frecuencia, pero son “incontables” si se quiere tener una cantidad exacta. “Cada vez hay más casas donde en los patios se ve una entrada a una trocha”, comenta un hombre sin atreverse a decir su nombre.

A 7 días del cierre de la frontera, las trochas siguen siendo usadas por quienes juegan con su suerte y cruzar la línea imaginaria entre ambas naciones sin sellar pasaporte y ante la ilegalidad.

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