Joaquín Morales Solá: La relación de Macri con la Iglesia y el Papa

Joaquín Morales Solá: La relación de Macri con la Iglesia y el Papa

thumbnailjoaquinmoralessolaHay una rumorología sobre disidencias presuntas entre el Gobierno y la Iglesia. Y hay una cuestión que ha sobrevolado esa relación en días y meses recientes: la existencia de un núcleo enorme de pobreza entre los argentinos. Lo primero es una interpretación; lo segundo es un hecho y, por lo tanto, irrefutable. Cualquiera que se tome el trabajo de golpear la puerta de despachos religiosos y gubernamentales se llevará una sorpresa. No hay grandes diferencias ni en el cálculo de la pobreza, ni en su diagnóstico, ni en la solución del problema. Una segunda sorpresa es fácilmente perceptible: ni obispos ni funcionarios quieren disentir entre ellos.

La figura del papa Francisco también forma parte de esos rumores y es, tal vez, lo que estimula aquellas versiones sobre las supuestas diferencias locales. Es cierto que hay un sector de la sociedad furiosamente antikirchnerista, al que no le cae bien nada de lo que hace o dice el Papa. Una parte de ese fanatismo adscribe al gobierno de Mauricio Macri. Es fácil, por lo tanto, describir al Pontífice y al Presidente en bandos enfrentados, pero la verdad es más sofisticada. Existe otro fanatismo, el cristinista. Entre los dos fanatismos suman un 24% de la sociedad, un porcentaje que no es desdeñable y que explica la dificultad de curar la fisura social.

Anteayer, el Papa se reunió a solas con Hebe de Bonafini. La protagonista es conocida por sus provocaciones verbales y fácticas. Muy pocos argentinos (es difícil encontrar otro) han ofendido, como la ha hecho Bonafini, a la persona del Papa con las palabras y con los hechos. ¿Por qué interpretar esa reunión como una agresión contra Macri y no como lo que es: un gesto religioso de perdón… Desde que Bonafini ocupó la Catedral de Buenos Aires, Bergoglio se propuso buscar las razones de semejante encono y acercarse a ella. La invitó al Vaticano cuando todavía Cristina Kirchner era presidenta. Bonafini le contestó que todavía no era el momento. Hace poco, Bonafini le escribió para decirle que el momento había llegado para ella. ¿Qué podía hacer el Papa si no renovar la vieja invitación? Bergoglio cree que ningún desencuentro es definitivo. Acaba, por ejemplo, de convocar a un diálogo al sector lefrebvista del catolicismo, el más ultraconservador, el más alejado de cualquier idea de Dios y de su Iglesia que pueda tener el Papa.





Exponentes importantes de la Iglesia aseguran tener la impresión de que ni Macri ni el macrismo se proponen distanciarse de Francisco. Tampoco hay ausencia de diálogo entre representantes de Macri y del Papa. El rector de la UCA, monseñor Víctor Fernández (el representante personal más auténtico del Pontífice), suele reunirse con Marcos Peña, con Gabriela Michetti y con Federico Pinedo. “Pensar que el Papa puede estar detrás de la desestabilización de un gobierno democrático es no conocer la estructura esencial de su pensamiento”, dice un obispo también cercano al Papa. Francisco y la Iglesia argentina comparten la convicción, aseguran, de que el sistema democrático impone dos condiciones: la culminación en tiempo y forma de los mandatos constitucionales y la alternancia en el poder. “Y si este gobierno fracasara, no habrá alternancia por mucho tiempo”, acota ese mismo obispo.

Otra de las certezas de Francisco, y de la Iglesia, es que la ayuda social a los más pobres es necesaria (y urgente ahora), pero no suficiente, y que la teoría del derrame natural con el crecimiento de la economía es una idea fracasada. Es el Estado el que debe construir las condiciones para que algunos accedan al trabajo. De hecho, el propio Papa escribió en su encíclica Laudato si’ que la ayuda social sólo debe ser temporal hasta que haya trabajo para las personas que lo necesitan. No son pocos los funcionarios que suscriben esa idea general del Papa. “Yo no creo en el derrame”, escucharon decir en el gabinete a la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley. Muestra una prueba: hubo pobreza estructural importante aun en los años en que la economía creció.

Tampoco el porcentaje de pobres es tema de discusión. El gobierno de Macri sostiene que el número ya tocaba el 30% cuando asumió. No descarta que haya crecido después de las decisiones económicas que debió tomar y como consecuencia, también, de la parálisis de la obra pública. Parálisis que comenzó en tiempos de Cristina, en septiembre del año pasado, y que prosiguió luego, cuando Macri decidió revisar qué se estaba pagando. La conclusión es que la cifra de pobres no difiere mucho entre las estimaciones del Gobierno y las mediciones del Observatorio de la UCA, que la fijó en el 32,6, en abril.

¿Cuál son los principales problemas de la pobreza? Un dato novedoso es que la mayor tragedia no está en los sectores más pobres de la sociedad, porque éstos tienen cierta contención con planes y asignaciones sociales y con la provisión de alimentos que el Gobierno incrementó en los últimos días. El sector más afectado por la pobreza es la clase media baja y los que trabajan en negro, a los que la inflación les deterioró (o directamente les sacó) sus ingresos. Es, al mismo tiempo, un sector social renuente a recurrir a la ayuda social. Cierto rubor se interpone entre la necesidad y el pedido. Prefiere no comer una vez al día antes que reclamar un plan social o alimentos. Iglesia y Gobierno comparten ese diagnóstico.

La pobreza estructural tiene su raíz en el asistencialismo sin programa de los gobiernos de los últimos 20 años. Hay un vasto sector de la sociedad que no está en condiciones de ingresar al sistema económico por varias razones. En primer lugar, porque son personas que fueron mal alimentadas hasta los 3 o 4 años y eso deja secuelas para el resto de sus vidas. También influye el elevadísimo índice de deserción en la escuela secundaria. El trabajo más bajo en la escala laboral requiere el secundario completo y conocimientos de computación. El 75% de las personas inscriptas en el plan Argentina Trabaja no tiene el secundario terminado. Gobierno e Iglesia coinciden también en que la única inclusión social en serio es el empleo, no la asistencia social.

Las organizaciones sociales kirchneristas suelen hablar con el Gobierno; la condición que éste pone es que estén de acuerdo con el diagnóstico y la solución del problema. La solución no es otra que acompañar a cada víctima de la pobreza estructural hasta encontrar una solución educativa y laboral. Ningún caso es igual a otro. Es sabido que el líder del Movimiento Evita, Emilio Pérsico -un ultrakirchnerista-, suele hablar con la ministra Stanley y que ésta se siente cómoda en ese diálogo. Hay, en cambio, un sector de la izquierda que es insalvable porque el conflicto es su razón de existir.

Algunas disidencias entre Gobierno e Iglesia sí existen. Giran sobre la propuesta religiosa del diálogo político y social, al que el macrismo es refractario. Las discordias dentro de la propia administración son, al final, semánticas. En un reciente encuentro entre Peña y Pinedo, el jefe de Gabinete le dijo al senador que era preferible no hablar de Acuerdo del Bicentenario, sino de una agenda parlamentaria. Agenda sí; acuerdo, no.

¿Y qué piensa Macri? El Presidente no quiere iniciar una negociación con el peronismo en el momento menos simpático de su política económica. “Puede interpretarse como que estamos tirando la toalla”, les dijo a los dialoguistas. Los dialoguistas coinciden con él, pero confían en que podrán intentar acuerdos más amplios cuando la inflación se serene y empiecen los síntomas del crecimiento. Argumentos políticos comprensibles. Difíciles de explicar, eso sí, a quienes creen que hasta Hebe de Bonifini merece la oportunidad de una conversación cara a cara.