Luis Alberto Buttó: Gobierno cerril

Luis Alberto Buttó: Gobierno cerril

thumbnailLuisAlbertoButtoLa cerrilidad es, por antonomasia, refugio del rencoroso, del resentido que creyéndose infalible por los triunfos otrora obtenidos, al experimentar la derrota en nuevas lides, pierde todo control orgánico y sufre la condena de regurgitar la frustración generada por verse obligado a reconocer el barro sustento del pedestal donde se erige toda megalomanía. Patología de por medio, al reeditar en carne propia la maldición sintetizada en el síndrome de Gilles de la Tourette, el político altisonante no hace más que evidenciar la miserable orfandad ideológica que lo aprisiona.

En los días que corren, luce por demás cercano en la semejanza de los procesos, aquel diciembre de 2007, fecha en que el autoproclamado gigante mordió el amargo polvo de la derrota, al pretender constitucionalizar la franquicia castrista en nefasta hora importada. Cuento sabido por todos, la escatología fue el endeble escudo encontrado para guarecerse del impactante descubrimiento que le descorazonó el fuero interno: la gente estaba dispuesta a retribuirle el histrionismo desplegado pero jamás a comulgar con tan desangelado y mal copiado ideario.

No por ahorrarse palabras soeces fue menos grosera la reacción destemplada que constituyó la vergonzosa respuesta ante la barrida legislativa del pasado 6-D. La obscenidad se desbordó en el infame chantaje destinado a pisotear la dignidad de los necesitados. «Iba a darte la casa y no me diste el voto, ahora me lo pienso», tartajeó entonces el poder para demostrar sin pudor que a los pobres sólo los entiende como valor de cambio desechable y que su sino es la miseria humana condensada en las políticas públicas cuando éstas se utilizan como moneda de trueque electoral.





Más acá, en las horas en que los cenáculos gobierneros comprendieron que el amedrentamiento y la represión pretendidamente ejemplarizante les resultarían insuficientes para impedir la realización de lo que terminó siendo la más grande de las concentraciones humanas escenificadas a cielo abierto en la siempre irredenta Caracas, la palabrería chabacana volvió a campear por sus fueros desde las tarimas oficialistas. Lo novedoso del asunto resultó ser que, como nunca antes, el poder se vio compelido a mirar de frente lo superlativo de su íngrima condición: la abrumadora mayoría no sólo rechaza las huecas consignas que ni por asomo llegan a ideología sino que, además, ya no soporta a los abominables personajes en que aquéllas se encarnan.

Advertencia a guisa de inventario: cuando lo anunciado en la calle se concrete, ahórrese el oficialismo la procacidad a la que se mal acostumbró. Nada podrá minimizar la victoria del pueblo una vez vuelva a ser libre y reconquiste el futuro que pretendieron estafarle.

Historiador

Universidad Simón Bolívar

@luisbutto3