Luis Alberto Buttó: El poder patético

Luis Alberto Buttó: El poder patético

thumbnailLuisAlbertoButto

Mi abuela materna, sabia como todas las abuelas de cualquier época, repetía incansablemente la admonitoria sentencia de que quien nunca ha tenido nada, cuando llega a tenerlo, cree que tiene a Dios agarrado por la barba. Los romanos, por su parte, expertos como pocos en recrear recomendaciones, inexcusables de ser tomadas en cuenta a la hora de administrar la res pública, advirtieron que la mujer del César, amén de serlo, estaba obligada a parecerlo. Que una cadena nacional de radio y televisión se destine al lastimoso espectáculo de que los funcionarios se jacten de los presentes personales recibidos durante su mandato, es expresión palmaria de cómo la institucionalidad de un país puede, por acción de quienes la encarnan, degenerar en esa clase de poder que con propiedad debe calificarse de patético.

Poder patético que se ufana de que la alimentación de su pueblo no sea producto del trabajo digno y honrado de los hombres y mujeres del agro, radicado fronteras adentro, sino el negociado hecho por potencias extranjeras que a muy buen precio corren presurosas a llenar contenedores destinados a paliar la vergüenza del hambre y la escasez. Poder patético que en vez de optar por la mantequilla que unte el pan de su gente, prefiere mantener boyantes las arcas de las transnacionales de guerra, impúdicamente dispuestas a facturar los heraldos de la muerte, como lo hacen en Siria y otras sufridas tierras del globo terráqueo. Poder patético que no compra medicinas para sanar a los enfermos y entorpece las donaciones de éstas que la solidaridad mundial ofrece, pero sí las pide «prestadas» en macabro juego de palabras que bien hace pensar que jamás llegarán a aliviar las desesperadas necesidades de quienes sufren y/o agonizan esperándolas.





Poder patético que entrega a rapaces empresas extranjeras las riquezas minerales del territorio sagrado mientras despotrica, en bochornoso sainete mediático, contra el apetito voraz del imperialismo, ese fantasma tras el cual, por décadas en Latinoamérica, se han escudado los tiranos, los incapaces y los fracasados, tipo dinastía asentada en las Antillas Mayores. Poder patético que, discurso ramplón, cansino y demodé de por medio, intenta revivir el anacrónico maniqueísmo capitalismo-socialismo, a la par que impúdicamente y celebrándolo como si fuera la más acabada de las jugadas geoestratégicas, endeuda a varias generaciones futuras con la más despiadada economía de mercado del mundo. Poder patético que, cual cauta enamorada principiante, se abre de brazos a naciones ancladas en la década de los cincuenta del siglo pasado, para que éstas compren en los anaqueles mundiales lo que no producen y se lo revendan reciclado y a precios exorbitantes, cubriendo de bochorno lo así obtenido. En verdad, nada resulta tan patético como entregar la soberanía supuestamente defendida.

Entrada para el diccionario de la ignominia. Descentrado: sustantivo; dícese de aquél que sabe a perfección qué hora es en el espacio sideral pero desconoce que los pobres que le rodean perdieron el tiempo para alimentarse.

Historiador

Universidad Simón Bolívar

@luisbutto3