Carnet y dictadura, por José Alberto Olivar

Carnet y dictadura, por José Alberto Olivar

José Alberto Olivar

 

Desde hace tiempo el Estado Cuartel que rige a Venezuela venía anunciando el inicio de una jornada de carnetización en todo el país, por una u otra razón, la iniciativa totalitaria no se había puesto en marcha, hasta que finalmente y como parte de lo que han venido a denominar la “gran contraofensiva”, el carnet de la patria se ha materializado. La medida, no sorprende, pues forma parte de los recursos empleados por el régimen para tener bajo control a los venezolanos.

Nada nuevo bajo el sol, puesto que ya en otras latitudes, tal práctica ha sido muy común, con la diferencia que ahora los avances tecnológicos permiten cerrar la argolla de la dominación con mayor eficacia. Basta con revisar la historia del pueblo dominicano que por treinta años vivió su propia versión de Estado Cuartel, bajo la rectoría de llamado generalísimo, jefe y padre de la patria nueva, Rafael Leónidas Trujillo Molina. Este régimen opresor, por medio de los áulicos que nunca faltan, instituyó la obligatoriedad de todo hombre y mujer nacido en la República Dominicana a inscribirse en el Partido Dominicano, partido único por medio del cual se podía acceder a las enajenantes dádivas que el régimen repartía y así exhibir al mundo de la época, una estampa de legitimidad que no era tal en verdad.

La dictadura del general Trujillo, también conocido con el mote de chapita Trujillo, llegó al punto de ordenar establecer en la letra de Constitución, la preeminencia del Partido Dominicano como aparato de ideológico y de dominación absoluta. Los dominicanos fueron obligados a carnetizarse, para hacer constar su afiliación al referido partido. El carnet de la palmita, como era conocido popularmente por tener el símbolo de una palmera, se convirtió en documento imprescindible para la mayoría las actividades cotidianas, como buscar empleo, adquirir productos y el transito dentro del país. De hecho, se volvió costumbre que las autoridades policiales, le pidieran en cualquier momento a los transeúntes los llamados tres golpes, es decir, la cédula de identidad, la libreta del servicio militar y el carnet del partido. La falta de uno de estos documentos, era suficiente para llevar a la cárcel  al infortunado.

La excusa era la misma de siempre, “preservar la unidad del pueblo y la felicidad de la patria”. Así las dictaduras de viejo y nuevo cuño, se sostienen, recurriendo al miedo, la delación e incluso el crimen. Pero ahí está la historia, no solo para rememorar estos pasajes monstruosos, sino para enseñarnos que esas entelequias, por más poder que ostenten, siempre tienen sus días contados. Tras la desaparición del dictador Trujillo, el todopoderoso partido y su carnet, fueron proscritos y hoy solo son un triste recuerdo. Ese es su destino, mientras más se eleven, más estrepitosa será su caída.

 

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