Roberto Casanova: Esta es la ruta

Roberto Casanova: Esta es la ruta

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Dos consignas, escuchadas con frecuencia durante estos días turbulentos por quien esto escribe, sirven para sintetizar los anhelos de quienes marchan: ¡Y no, y no, y no me da la gana una dictadura igualita a la cubana! y ¿Quiénes somos?: ¡Venezuela! ¿Qué queremos?: ¡Libertad! La primera consigna refleja lo que se niega: el golpe de Estado judicial, el irrespeto a la soberanía popular, la violación de los derechos humanos, el empobrecimiento, la escasez. Todo ello se identifica, acertadamente, con los rasgos que caracterizan al injerencista régimen cubano. La segunda resume el fin último al que se aspira: la libertad de elegir, de expresarse, de consumir, de invertir, de producir, de poseer, de vivir, en definitiva.

La protesta no es, pues, en contra de un mal gobierno. Es en contra de un régimen dictatorial y a favor de un sistema de libertades. Asumir plenamente estas ideas implica adoptar posiciones nítidas ante varios asuntos. La primera de tales posiciones se refiere al artículo 350 de la Constitución, el cual establece que: El pueblo de Venezuela, fiel a su tradición republicana, a su lucha por la independencia, la paz y la libertad, desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos. ¿No se refiere acaso el supuesto de este artículo a la situación que hoy vivimos? Efectivamente, los demócratas estamos, en este momento crítico de nuestra historia republicana, en el derecho y en el deber de desconocer al régimen de inspiración comunista que nos oprime y de luchar para recuperar la vigencia de nuestra Constitución. El argumento a favor de la aplicación del artículo 350, luego del reciente golpe de Estado judicial, suscita hoy el acuerdo nacional e internacional que no logró hace algún tiempo. (Este hecho solo se verá reforzado si el régimen efectivamente adelanta el fraudulento proceso constituyente “popular” que Maduro recién anunció).





La pregunta que muchos se hacen es qué va a ocurrir, qué camino se transita y hacia dónde conduce. Ciertamente se requiere una hoja de ruta, dibujada sobre una confusa y cambiante realidad. Una hoja de ruta, para entendernos, no es un plan inalterable. Es la definición de un punto de llegada y de la mejor trayectoria a seguir, desde un punto de inicio y en un momento dado. Si las circunstancias cambian tal vez haya que, manteniendo el destino deseado, replantearse el camino para alcanzarlo. Una hoja de ruta resulta útil pues nos permite familiarizarnos con el terreno, con sus riesgos, con sus posibilidades. Con base en ella nuestras decisiones ante los cambios pueden ser más rápidas y eficaces. En lo que sigue presento una hoja de ruta cuyo punto de llegada son las elecciones generales y que integra opiniones diversas, algunas de las cuales se han asumido, incluso, como antagónicas.

 

Casanova

 

Protesta pacífica y sostenida. La ruta que transitan los sectores democráticos depende, críticamente, de su capacidad para protestar. Sin ésta no podrá enfrentar exitosamente los otros desafíos que se le plantean. Debe resaltarse, al respecto, que ante el abuso de poder ha emergido una indignación tan intensa que la represión, lejos de disuadir la protesta ciudadana, la aviva. Por otra parte, sin embargo, es preciso que esa protesta no sea de cualquier tipo sino una pacífica y sostenida. Los sectores democráticos deben evitar caer en el terreno de la violencia que el régimen propicia. Ello coloca a quienes protestan en la peligrosísima posibilidad de ser víctimas de la dictadura. Más lo que viene aconteciendo es inspirador. Cada jornada de protesta deja una estela de imágenes de coraje cívico, como la de aquella digna anciana, erguida con valentía ante una tanqueta. Ciertamente una épica ciudadana está siendo construida en estos días de heroísmo desarmado. Pero la protesta, por otra parte, debe ser mantenida durante el tiempo que sea necesario. La energía de quienes salen a las calles a bregar por la libertad debe ser bien gestionada. Deben explorarse fórmulas para crear grupos que se turnen en la tarea de protestar (por horas o por jornadas), de tal forma que puedan realizarse actividades todos los días. Cada persona administraría así su tiempo y sus fuerzas mientras que el régimen no dispondría ni siquiera de un día de reposo.

Fractura del régimen. Para la oligarquía socialista el costo de abandonar el poder (el costo de la salida, como se le viene llamando) es muy alto y sigue aumentando en la medida en que el número y la gravedad de los casos de violación de los derechos humanos se eleva. Cualquier otra opción sería preferible para ella, se sostiene. Esto, sin embargo, debe matizarse pues  no todos los miembros del grupo en el poder se hallan incursos en aquellos delitos y muchos seguramente no quieren sumarse al abominable grupo que los incita o ejecuta. Más de uno, civil o militar, debe estar en este instante evaluando sus opciones: ¿es mejor mantenerse aferrado al poder en compañía de una facción sin escrúpulos o es preferible tratar de encontrar un espacio dentro una nueva realidad democrática? No es fácil identificar, como en una represa a punto de colapsar, dónde y cuándo se abrirán grietas en el régimen. Ya han aparecido varias de ellas y otras lo harán, sin duda, en la medida en que la protesta se sostenga y la represión aumente. No es algo ilusorio suponer que, por ejemplo, en alguno de los próximos sucesos de calle, uno o varios soldados decidan tomar el camino heroico, dejar su armamento y sumarse a quienes protestan. Es casi innecesario decir que un esfuerzo de acercamiento entre sectores opositores y sectores oficialistas elevará la probabilidad de ocurrencia de tales fracturas.

Huida del Presidente y de otras autoridades. Exigir elecciones justas a un dictador es como enseñarle un crucifijo a un vampiro. Ante ese símbolo este mítico ser, luego de algunos gestos de amenaza, optará por la huida. Lo mismo hará un dictador. Por eso debemos mantenernos firmes en nuestra demanda por elecciones aunque también debemos descartar el escenario en el cual el régimen socialista acepta ir a unas elecciones presidenciales que irremisiblemente perdería. Ante una protesta incesante y ante la fractura de su régimen, Maduro y buena parte de la oligarquía socialista preferirá abandonar finalmente el poder. No es difícil prever el argumento que utilizará: la ejecución de un traicionero golpe de Estado por parte del fascismo nacional e internacional. Varios de ellos – con Maduro a la cabeza –podrían refugiarse en Cuba como pretendidos héroes revolucionarios, sin preocupaciones materiales e intentando mantener viva la épica de una revolución supuestamente traicionada.

Un gobierno de transición. El abandono del poder por parte de la oligarquía socialista generará una delicada realidad que debe ser pensada desde ahora. El país se hallará ante un vacío de poder que deberá ser llenado con apego a la Constitución y con el apoyo de la Fuerza Armada. Un problema a resolver será que la falta absoluta del Presidente no podrá ser cubierta, tal como lo establece el artículo 233 de la Constitución, por el Vice Presidente, quien también se encontrará entre los huidos. Podría considerarse, quizás, que sea el Presidente de la Asamblea Nacional quien asuma el cargo de manera provisional. Como es sabido, el Presidente de la Asamblea Nacional y el Vicepresidente de la República son las dos personas que, de acuerdo a la Constitución, pueden asumir la Presidencia de la República en el caso de una falta absoluta de quien ejerce ese cargo, dependiendo de si esto ocurre durante la primera o la segunda mitad del período. No se menciona a nadie más en nuestra Constitución para asumir esa tarea. Pero tal vez lo más sensato sea que los sectores políticos identifiquen a una figura de consenso que sea designada como Vicepresidente para que, previa renuncia del Presidente provisional, asuma la Presidencia del Gobierno de Transición. Se trata, claro está, de asuntos de primera importancia que deben ser considerados con ponderación desde ahora. De cualquier modo, un Gobierno de Transición deberá ser un gobierno de unidad nacional, el primero de otros que le sucederán.

Nuevas autoridades. El abandono de sus cargos por parte de los magistrados de la Sala Constitucional, perpetradores del golpe de Estado judicial, hará que se desvanezca la ficción del desacato en el que supuestamente se halla la Asamblea Nacional. La mayoría de los diputados demócratas, al poder ejercer plenamente su función de representación de la soberanía popular, adoptarán entonces las decisiones necesarias para normalizar las situaciones del Poder Electoral, del Poder Judicial y de otras instituciones. Por otra parte, deberán designarse también nuevas autoridades en el ámbito militar. De cualquier forma, a través de este conjunto de decisiones se despejará el terreno para restablecer el orden democrático.

Alianza para la gobernabilidad y programa mínimo. Un Gobierno de Transición deberá ser amplio y contar con un Programa Mínimo. Su amplitud se reflejará en una Alianza para la Gobernabilidad con capacidad para convocar a todos los sectores democráticos, incluidos aquellos sectores chavistas que se hayan separado del golpismo madurista. Esa Alianza tendrá como propósito primario mantener el orden democrático ante las previsibles acciones de saboteo por parte de un chavismo radical, convertido en oposición desleal. El desarme de bandas paramilitares será un asunto especialmente exigente. Por otra parte, el Gobierno de Transición deberá disponer de un Programa Mínimo que permita enfrentar los problemas económicos y sociales más apremiantes al tiempo que establece las bases para las transformaciones de mediano y largo plazo. (En otra ocasión argumentaré a favor de la economía social de mercado como doctrina centrista, capaz de integrar posiciones de todo el espectro político moderado, tanto para un Programa Mínimo como para una Estrategia de Desarrollo).

Elecciones generales. La hoja de ruta propuesta culminará en unas elecciones generales, libres y justas. En ellas, los actores políticos democráticos deberán concurrir con candidaturas únicas, por consenso o mediante primarias. Deberán acordar también la Estrategia de Desarrollo a seguir durante los próximos años. Otra hoja de ruta deberá ser entonces definida, con una perspectiva más larga y ambiciosa. De cualquier modo, el amanecer de ese domingo en el que los venezolanos acudiremos a esa cita electoral representará el fin de un oscuro período de nuestra historia. Votaremos orgullosamente, con la clara comprensión de que la libertad nunca está garantizada y que solo la conocen los pueblos dispuestos a luchar por ella.