José Luis Zambrano Padauy: El valor de una vida en la carencia nacional

José Luis Zambrano Padauy: El valor de una vida en la carencia nacional

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Álvaro nunca pensó que podría sucederle. Sabía sí, que su alimentación y la de su familia, no era ni la más adecuada ni la más suculenta. ¡Pero un infarto en sus cuarenta y con tantos dilemas por resolver! El percance le ocurrió justo cuando su maleta se hallaba atiborrada de planes.

No puede borrar sus preámbulos y definiciones por una enfermedad. Sus metas están bordadas con el hilo fino del sacrificio. No puede darse el lujo ahora de seguir husmeando en la mugre del desconcierto.





Un infarto precisamente ahora. ¿Dónde quedarán los nuevos ideales? Soñar no es pecado, mucho más entre los escombros de los recuerdos; aquellos momentos en que sus padres tenían las bondades de las soluciones puestas en la mesa del hogar. Sólo quiere lo mismo para sus hijos. Basta ya de palidecer por los antojos de poder, de un régimen desentendido del humanismo.

Todo se quebró con el filo de los acontecimientos sorpresivos. Ocurrió desde la noche anterior. El dolor comenzó con una presión extraña en el pecho. El malestar siguió por el brazo, con un radio infranqueable. Pensó que era una de sus bursitis recurrentes, tan desagradables como inoportunas. Pero las pastillas eran inoperantes. Fue una madrugada de trasnochos y desórdenes emocionales.

En la mañana el malestar le impedía ir a trabajar. Unos calambres de estremecimientos incorregibles, le comprimieron el brazo y le abrazaron la espalda. Vomitó lo poco que tenía en el estómago. Emprendió entonces, junto a su esposa, en dirección al hospital. Ahí las sospechas se transformaron en realidades irritantes.

Le efectuaron un electrocardiograma, el cual se erigió como el mapa de las curiosidades de los galenos. Su corazón estaba en riesgo. En ese momento los arropó la incertidumbre. No dio tiempo de estabilizarlo, cuando decidieron ir a una clínica, pues el centro asistencial público no tenía ni para los guantes.

Ya sus familiares hacían causa común por la vida de Álvaro. Pero en plena faena por resolver esta adversidad, quedaron atónitos ante la contrariedad de vivir en un país donde se perdieron las nobles coherencias. El presupuesto de los honorarios por el cateterismo cardíaco y la anglioplastia coronaria parecía el monumento a la indignación: casi 750 millones de bolívares.

Qué venezolano común podría solventar un monto cercano a los cuatro mil dólares, cuando el salario mínimo no llega a los seis billetitos de moneda gringa, cual mesada de infante.

Se inició la cruzada familiar por la supervivencia de Álvaro. Un gran número de sus sobrinos habían emigrado en los últimos dos años, quienes desde EEUU, Canadá y Chile enviaron sus aportes, convencidos de toparse con un riesgo alarmante, pues la cifra era exagerada y descuajaba cualquier presupuesto. Mientras, sus hermanos y más allegados hacían otro tanto para que Álvaro recobrara el aliento del futuro.

Sin embargo, no todos los venezolanos tienen la misma fortaleza en sus designios. Resulta tan retorcido, inquietante y notorio ver colapsadas las morgues del país. Es una situación tan descorazonada que no se tenga ni para el entierro, mucho menos para salvarle la vida a un ser querido que carece de los insumos médicos básicos, pues en Venezuela la vida se pierde a diario en la bruma de las cosas sin importancia.

Álvaro tiene a las responsabilidades golpeándole como un mazo en su entendimiento. Poco le importa que le quiten tres ceros a la moneda o EEUU vuelva a sancionar a los corruptos de este gobierno. Aunque exista una prohibición médica para viajar, en tres meses tomará sus valijas y asumirá un nuevo riesgo, pues no permitirá que alguno de sus hijos sucumba por falta de alimento.

@Joseluis5571