“Sebastián Francisco de Miranda, el hijo de la viuda, el hijo de la panadera” Por José Daniel Montenegro

“Sebastián Francisco de Miranda, el hijo de la viuda, el hijo de la panadera” Por José Daniel Montenegro

“Existe un crimen, o en la impunidad de un gran culpable o en la persecución de un inocente. De todas las maneras de matar la libertad, no la hay mas asesina para una República, que la impunidad del crimen o la proscripción de la virtud. Deja de existir la sociedad allí donde un miembro del cuerpo social insulta con impunidad la justicia”

Durante el llamado “Periodo del Terror” liderado por el jacobino Maximiliano Robespierre, en tres diferentes ocasiones fue apresado Sebastián Francisco de Miranda, quien era un girondino confeso, es decir, un liberal, respetuoso del derecho de los individuos a la propiedad legítima bajo el abrigo de una República Federal, por lo que se corresponden estas líneas al comienzo del artículo, a un fragmento de los alegatos que durante  una de sus detenciones, acusado de traición por los revolucionarios franceses , Miranda en su propia defensa, dirigió al Tribunal Revolucionario, en medio de un proceso en el que inclusive, sus amigos Thomas Paine y James Monroe (quien más tarde sería presidente de EUA), habían tratado de interceder sin éxito por nuestro Ilustre y Poderoso Hermano. Gracias al Gran Arquitecto Del Universo, de todas ellas salió bien librado, allí, donde a través de la guillotina muchos otros miles terminaron con la cabeza separada del cuello.

¿A qué podría referirse Miranda con “proscripción de la virtud”?  El ser humano, entre muchas otras, posee tres grandes herramientas que destacan: el intelecto, la voluntad y la emoción. Para cada una de estas existe una virtud y también un vicio. Sabiduría/ignorancia, valentía/cobardía y el autocontrol/descontrol, respectivamente. La sabiduría permite, a través de la reflexión, identificar las acciones correctas que se desprenden de una cualidad exclusivamente humana: la capacidad de razonar. El valor permite tomar estas acciones y, a pesar de las amenazas defender los propios ideales. El autocontrol pone freno a la pasión y a la tentación de actuar impulsivamente.





A estas virtudes podemos agregar una cuarta, la justicia, que nos permite vivir con derechos y de manera responsable, por lo que, allí donde actúe la ley, sea para castigar o para proteger, su finalidad siempre debe ser, no establecer la impunidad o la barbarie sino la justicia.

Virtud es el esfuerzo que domina las pasiones. Para que exista, ha de haber lucha contra ellas, y no debe confundirse con la honradez, la benevolencia ni la caridad: la primera se halla a menudo en los apáticos, la segunda en los débiles, y la tercera puede unirse con el vicio; y ningún apático, ningún débil, o ningún vicioso es virtuoso, siendo los vicios que se alojan en el alma, como el fanatismo, los más dañinos, ya que en él reside el culto exaltado de un sentimiento y una idea al margen de la razón y no pocas veces, justificado en nobles intenciones que el individuo elige para engañarse a sí mismo, entregándose al ejercicio de la iniquidad, la ignominia, la barbarie en nombre de una supuesta justicia que a todas luces, lleva en su seno la semilla del oscurantismo y la aniquilación de las virtudes humanas que han hecho grande al género humano y en nuestro caso, a la civilización occidental.

Aquel que con detenimiento ha estudiado la vida del “más universal de los venezolanos”, las ideas que con fervor animaron el espíritu de Miranda y que fueron madurando en el transcurrir de los años, notará que son las mismas sublimes ideas que cimentaron la revolución estadounidense, con cuyos próceres mantuvo contacto directo y hasta amistad con algunos de ellos, siendo el mismísimo Thomas Jefferson quien en una ocasión le dirigió a Miranda las siguientes palabras: “Usted ha nacido demasiado pronto para ver el esplendor del nuevo mundo”, como lo refiere la historiadora venezolana Inés Quintero en su libro “El hijo de la panadera”.

Por más de dos siglos, las palabras de Thomas Jefferson, reflejadas en la Declaración de la Independencia de Los Estados Unidos de América, han inspirado a un sinnúmero de grandes individuos alrededor del mundo, no sólo a Sebastián Francisco de Miranda, sino también a José Antonio Páez, Simón Bolívar, Daniel Florencio O´leary, Juan Germán Roscio, Antonio José de Sucre, Andrés Bello, José Feliz Ribas, Simón Rodríguez y  muchos otros Próceres de la Independencia de Venezuela y el resto de América. Además es lícito decirlo, no es hoy día un secreto precisamente: todos fueron masones, siendo Miranda reconocido en nuestros días como “El Padre de la masonería latinoamericana”.

“Afirmamos que estas verdades son evidentes en sí mismas: que todos los hombres han sido creados iguales y todos han sido dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, entre ellos, el derecho la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad y, para garantizar estos derechos, han establecido los hombres gobiernos que derivan sus justos poderes del consentimiento de sus gobernados y, cuando alguna forma de gobierno, del tipo que fuere, destruye estos fines, el pueblo tiene derecho a cambiarlo, a abolirlo.”

Apelando  a toda la humanidad, el pasaje inicial de la Declaración, abre con la que quizá sea la línea más importante de todo el documento: “Afirmamos que estas verdades son evidentes en sí mismas…”. Fundadas en la razón en la que tanto hincapié hizo Miranda en sus proclamas y anotaciones, “las verdades evidentes en sí mismas” invocan una larga tradición de la ley natural que sostiene que existe una “ley superior” del bien y del mal, de donde se deriva la ley humana, y partir de la cual ésta puede ser criticada en cualquier momento. En consecuencia, afirmamos que nuestro sistema político no debe fundamentarse en la voluntad caprichosa de dirigente, presidente o monarca alguno, sino sobre un razonamiento moral accesible a todos, porque si la razón es el cimiento de la visión humana, la libertad debe ser, sin duda alguna, un objetivo y un derecho supremo.

El lema Life, liberty and the pursuit of happiness  (Vida, libertad y búsqueda de la felicidad), encuentra su origen en la frase del “padre del liberalismo clásico”, el masón británico John Locke: “No one ought to harm another in his life, health, liberty or possessions” (Nadie debe dañar a otros en su vida, salud, libertad o posesiones).  ¿Puede alguien en su sano juicio argumentar en contra de estos nobles principios sin renunciar antes al respeto por sí mismo y por sus semejantes?

Todos somos creados iguales, según la definición de nuestros derechos naturales, por lo que nadie tiene derechos superiores ante sus semejantes. Más aún, nacemos con estos derechos, no los obtenemos de gobierno o legislador alguno, porque en realidad, los poderes de cualquier gobierno provienen del consentimiento de sus ciudadanos. Nuestros derechos a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, implican nuestro derecho a vivir nuestras vidas como nosotros deseemos y por nuestros propios medios, con la única condición, la única limitante, de que respetemos el derecho de nuestros semejantes para hacer lo mismo, es por ello que me atrevo a afirmar, que entender la libertad es entender que haciendo uso de su derecho a ella en los términos antes descritos, lo que un individuo haga dentro de su esfera privada, no es un asunto de filosofía política sino de ética personal.

Las sociedades discretas que al abrigo del pensamiento de Miranda hacen vida a lo largo y ancho de todo el continente americano, no promueven posturas partidistas, sino más bien principios claros y legítimos, derechos naturales comunes a todos los individuos sin excepción de religión, etnia, posición socioeconómica o filiación partidista. Se promueve la tolerancia sin que ello signifique la impunidad, como bien escribió el ganador del Premio Nobel de la Literatura en 1929, el alemán Thomas Mann “La tolerancia es un crimen cuando lo que se tolera es la maldad”. Mann, de los alemanes de su generación, fue uno de los pocos que pudo gloriarse de haberse opuesto a Hitler desde antes de su ascenso al poder, lo que le valió el exilio en 1933. Es en esa experiencia horrible donde hay que buscar la génesis de la frase a la que hago referencia: en el aprendizaje de que hay virtudes (la tolerancia, por ejemplo) que mal entendidas terminan siendo criminales.

Enseñan estas cofradías, la práctica de las virtudes en contraposición a los vicios. Se cree que la grandeza de los individuos puede ser medida, no por su riqueza o fama, sino por sus acciones, su carácter, sus verdades, su caridad, su amistad y su fraternidad para con sus semejantes, por lo que, de ninguna manera, puede usarse como excusa, el bien común o la igualdad, para violar los derechos más básicos y elementales de unos en favor de otros, lo que sería en si mismo el ejercicio de la tiranía, a las cuales el mismo Sebastián Francisco de Miranda declaró “Repudio eterno”.

Por tanto, el pensamiento heredado por Miranda, no sólo es diáfano respecto a la libertad, sino que acredita que la grandeza que el hombre adquiere  través de la razón y la reflexión, puede y debe ser vista como una influencia positiva para el mundo, y hacer el bien, es la mejor manera de glorificar al Supremo Creador, sea cual sea la relación íntima que cada uno tenga con su significado, siempre en medio de una fraternidad ecuménica, basada en las grandes virtudes morales y sociales, y por ello, precisamente por ello, el sometimiento de los seres humanos en nombre de las ideologías, sean cuales sean, como por ejemplo “la igualdad” obligatoria, y no precisamente ante la ley, aun a pesar de las convenientes excusas de algunos ,son INCOMPATIBLES, con los más nobles ideales que por juramento defienden Los hijos de la viuda.

José Daniel Montenegro Vida.  Coordinador para la democracia de la Fundación Educando País. Email: josedanielmontenegro39@gmail.com