Simón García: Las pequeñas alternativas

Simón García: Las pequeñas alternativas

 

Parece inevitable fundar la política en objetivos y en las estrategias para alcanzarlos. Aunque ambas reclaman conocer la naturaleza real del poder que enfrentan, no deben derivar su acción de lo que el haga o diga. Es hora de dejar de ser reactivos, no seguir reproduciendo mensajes del régimen para confundir, inducir conductas, generar desconfianza, debilitar y dividir a la oposición.





Toda fuerza democrática de cambio debería conocer la relación de fuerzas existentes para alterarlas. No podría hacerlo si subjetivamente se resigna a confirmar la realidad como inmodificable. Su voluntad no debe amellarse ante obstáculos y dificultades que, para dejar de existir, deben combatirse.

La experiencia, propia y ajena, indica que en situación de ausencia o restricción de derechos democráticos la unidad es un medio y un fin. Las vías de superación del autoritarismo determinan las formas de lucha que son los medios. Y la unidad no debería reducirse a reglas, siempre indispensables o simple método para el empleo eficaz de la fuerza, cuando su fin político es ser entendimiento, convivencia constructiva y refundación de un país fuera del tipo de rivalidad anterior.

¿Podrá declararse empate cuando más del 80 de la población rechaza a quienes pretenden aferrarse ilegítimamente al poder? La perpetuación de esta anomalía es catastrófica para el país, lo que hace inaplazable que los actores en pugna acuerden medios pacíficos, democráticos y constitucionales para superar las crisis. Reivindicar a Vargas no a Carujo.

La destrucción del país se detendrá cuando decidamos dejar de destruirlo. No retardemos ese momento identificando culpables. Los historiadores se encargarán de determinar las causas y responsabilidades en la disolución. Las pérdidas de país, los retrasos civilizatorios son enormes. El presente nos reclama marcos programáticos para reconstruir a Venezuela y cultura de entendimiento para hacerlo juntos. Sin hegemonías excluyentes.

Durante dos décadas el enfrentamiento nos cambió. Ahora debemos esforzarnos en competir con aportes que rebajen la carga de sacrificios contra la gente y aceleren la transición hacia una institucionalización moderna; sociedad abierta; justa y eficiente estructura económica; democracia fuerte y gobernabilidad progresista. Un entendimiento de nación para una década.

Durante este mal tiempo para todos, hemos descubierto que es más fácil destruir posibilidades de futuro que moldear condiciones que hagan realidad una sociedad con calidad de vida y apoyada en el empoderamiento del ciudadano.

Para encarar esa responsabilidad necesitamos otro pensamiento cívico y político. Liberarnos del supuesto de que nuestra forma de pensar es superior. Aceptar la libre deliberación pública.

La solución viable es la que convenga a todos, aunque a primera vista nos parezca que concede demasiado a quienes tienen otra visión. Ceder no es perder poder, sino hacer crecer las condiciones para ejercerlo mejor.

Tener poder es manejar un medio para hacer política. Aprender a ser más humanos. Los demócratas, cualquiera sea su visión ideológica, deben fijar el costo que están dispuestos a pagar por el cambio. La democracia cuesta.

Tan complejo y deteriorado es nuestro presente, que hoy lo alternativo es lo sensato.