Los tres poemas ganadores del IV Concurso de Poesía Joven Rafael Cadenas

Los tres poemas ganadores del IV Concurso de Poesía Joven Rafael Cadenas

Banesco
Foto: Archivo

 

Los tres poemas ganadores del IV Concurso Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas, cuyo veredicto se dio a conocer este lunes 26, a través del comunicado de prensa “IV Concurso Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas ya tiene sus ganadores” suscrito por la Fundación La Poeteca, Autores Venezolanos, Team Poetero y Banesco.

A continuación los poemas completos:





 

1er premio
poema de agua
lenny pinto suárez

(Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.

Jaime Sabines)

Tiene el agua una hendidura, grieta de soles,
y es el paso breve de tu reflejo por sobre su faz.
Encandilada, risueña, se rizan sus ondas
contra las que tu brío hiriente se alzó para herir.

El agua tiene un velo como de almíbar
que espera (¿y qué espera?).

Un sueño muy enarbolado engendra
a la última luz que sobre los cerros resplandece.
Espera nocturna, embelesada
con sazones y diatribas lunares.
¡Qué rubores ostenta su labial capullo
lleno de casto verdor, aguamarina pura,
encrespada con bucles acuosos,
con ondas venusinas y hermanas!

Espera el siseo que revela la venida,
no poco parsimoniosa,
de aquel único querer y su punzada.

Gravedad como de cera tibia es su caer,
fuerza gravitatoria de miembros extendidos,
tan blindados como entregados:
Semeja su causa a la más moribunda cordura
y a la más asolada simula su estera.
No hay en sus ritos más espuma que esta:
so ligereza, so ligereza, so ligereza;
tal es su mantra. No hay en sus gritos llamada.
Su desnudez es de agua cual cera
en una caída lenta. ¡Y tan lenta!
Y como que exhibe, al caer,
como que muestra raíces bajo las faldas.

Busca cubrirte el agua en su quieto celo,
adornarte en ráfagas celosamente.
Su cortina se despliega,
surca éteres, lagunas, abismos, crepúsculos,
su cortina acrisolada se distiende…
pergamino que en ondas florales germina:
fiera petunia, gris crisantemo, alta begonia.
Estalactitas celan tus campos nuestros,
anegan tus pasos, corredor de fuentes selladas,
los que han acaecido sin querer.
Siente ella una constante ráfaga de locura,
una irremisible ola de sentires, todos vastos,
todos tardíos como tempranos, todos inmanentes
a la dote que te baña, que te ciñe.
Traspasada por todos los quebrantos
de la belleza más alta…

En su celo por tu brío solo ella es admirable.

La marea se arremolina a tu suspiro,
tuerce la cintura en un movimiento febril,
casi acomodado a la libertad del viento, casi;
y acompasado por la cadencia de tu verbo
se desploma y transfigura en criatura excelsa
en cuanto viertes una, media, la más frágil palabra.
Pasea lenguas líquidas, sabias, sempiternas,
sin avidez más que la de agradarte en su rito:
Máscara de monjes antiguos ella muestra,
con símbolos degenerados por el tiempo,
con renuevos de almendro nacidos verdemente
en sus bordes, sembrados en sus pliegos,
en las grietas bailarinas de su ropaje.

Fruto nacarado, teñido con tinte de eras,
así se proclama su vientre a tu roce.

He visto tu llegada, yo, solo sustancia lejana,
solo renuencia de lo conocido, he presenciado
la falacia de la distancia en tu norte…
Y tus flancos son dagas de cristal de hielo,
amenaza tu dedo toda realidad.

La ciega tu encanto, o la trastorna tu hueste.

Tu aceite ha ungido sus veredas,
aqueste paladar también moribundo,
de espesa gota ha hecho renacer el buen lago,
de embriaguez ha tornado la saturnina en lucero.
Suave, suave y lenta espesura de olivo
ha surcado la infértil tierra.
Y qué suave, suave y lenta espesura…

El fogón encrespa los dedos y crepita,
crepita el encierro dos veces ensimismado.
El olor dulce de la verdura, del apio, la cebolla,
se combina con lo amargo del sudor de la tierra.
Un ave pía allende y la reciente camada
del dueño pide por pronto alimento.
Pero el agua —frondosa en la tinaja,
fresca y recién traída, virgen, mas ya núbil
por tu causa, por tu causa— guarda su canto,
gira en su espera, danza ella, dentro, danza.
Quien ha visto el girar de su paciencia
ha conocido la estocada de los hombres:
vagando por sus venas, besando el poderío,
la historia de su bonanza, la dura amabilidad
de la servidumbre. El precio de la bondad.

Y yo, fútil sustancia que vagarosa se piensa,
que fría, cálida, duerme y renace, he presenciado
el filo hiriente que huesos pudre, que vidas nace,
que engendra ríos zaheridos, suntuosos, sin retorno.
Ay, mano que trasciende lo vivido…

 

 

2do premio
[una mancha]
jaime yañez

1.
una mancha
pequeña apenas sobre la pupila
me enseña a no mirar con demasiado
detenimiento
que ya merleau ponty me había dicho
no
que el ojo era
sensible y había que distanciarse
de las ilusiones de su perspectiva

2.
el tratamiento es este
desgajar el ojo
capa
sobre
capa
hasta dar
con una precisión más honda
que reposa bajo tanta superficie

3.
el problema
dice el médico
es que no logro distinguir
los contornos
pero sí las formas

4.
vallejo dice en trilce
tengo fe en que soy
y he visto
menos
(creo)

5.
una mancha
que ve otra
mancha

6.
el problema
dice el médico
es que no recuerdo
un dolor agudo
una presión punzante
seguida por
una bruma
que necesariamente acompaña
este tipo de lesiones

7.
un archivo
intrabajable
de espasmos

8.
no sé qué hacer con tanto
deseo de hacer mío
lo lejano

9.
entre nosotros
la distancia más inmediata
es esa de la mirada
ver
es
tener certeza
del
objeto

10.
el objeto es eso que
resiste
que se escurre
de toda inmediación
que se hace
en la distancia

11.
pudo ser
también
una cura
una serie de gotas
de aplicación sostenida
regular
que poco a poco
debilitaron el ojo
la bruma entonces
es una migraña
recurrente
que anhela no irse

12.
mirar
siempre ha sido
un lenguaje de turbulencias

13.
abrigo aún la esperanza
de un registro más preciso (1)

(1) pero la luz es violenta e ingrávida (rae armantrout)

 

3er premio
ékleipsis
manuel gerardi

Un sol ajeno a todo lo que habíamos conocido
hasta entonces,
a todo lo que habíamos sufrido hasta entonces.
Este es el sol que ha descendido
sobre nuestras ciudades

Rodolfo Hinostroza

I
sol negro cenital
cuenca vacía en el entrecejo del cielo
¿tallarás sobre mis ojos tu anillo
de metralla?
¿me dejarás para siempre
una mirada cóncava?
¿honda como las zanjas que cavamos
para entrar todos en esta muerte?
¿insondable como veinte agujeros de bala
en el cuerpo de un niño?
¿abierta únicamente
hacia el pasado?

II
Despierto rodeado de láminas radiantes
un disco de nácar relumbra todo lo dispuesto
en mi encierro
borbotea una claridad cegadora
que pliega cada silueta en una larga sábana blanca
severa como mortaja de metal fundido
tan pesada que apenas logro levantar la vista
y al hacerlo noto que aquel círculo
parece la boca de un fusil
cañón alargado como túnel hacia dónde
ahuecado como mi cráneo poroso
cráneo nicho al que huyen las sombras
del terror de ser acribilladas por semejante luz panóptica
enjambre de la noche atropellándose por anidar
para siempre en mi vigilia
ahora que el relámpago enemigo cruje mi esclerótica
y la descascara
dejando solo un rumor de brasas en la espera
pura ansia de presagio por la sal derramada
finalmente me quebranta una simple idea:
despertar es comandar partículas con la retina
pero por más que intento
no recuerdo despertar.