Vladimiro Mujica: Los pueblos no se equivocan ¿O sí?

Vladimiro Mujica: Los pueblos no se equivocan ¿O sí?

 

Explotan las redes con un artículo que se atribuye a Mario Vargas Llosa sobre Argentina. Digo se le atribuye porque hay denuncias importantes de que se trata de otro caso de “fakenews”. Hace unos años Vargas Llosa escribió un artículo de similar contenido sobre Venezuela, esta vez si verificado. La tesis común en ambos textos: Los pueblos de Venezuela y Argentina cavaron sus propias tumbas al elegir gobernantes populistas autoritarios. Nadie se los impuso, venezolanos y argentinos tienen una gran responsabilidad en haber elegido los destinos catastróficos que hoy aquejan a sus naciones.





A la tesis que aboga por la responsabilidad ciudadana en el crucial tema de la democracia, se le opone la demagogia comunistoide que afirma que los pueblos nunca se equivocan. Una especie de defensa mística de algo que se describe como la sabiduría popular. Ello con independencia de la sólida evidencia histórica de que algunas de las mayores tragedias de la historia ocurrieron disparadas inicialmente por un acto de voluntad popular, por una elección. El caso más paradigmático lo constituye la elección alemana del año 1932 que llevó al mariscal Hindenburg a designar a Adolf Hitler como Canciller en 1933, un hecho que tuvo consecuencias nefastas para todo el mundo civilizado y que condujo en última instancia a la ruina de Alemania y a la II Guerra Mundial. Vale la pena sentarse a mirar los estupendos documentales o a leer los valiosos tratados sobre el ascenso de Hitler al poder para maravillarse del poder histriónico, del poderoso carisma de Hitler que lo llevó a convertirse en un auténtico líder de masas. De hecho, es suya la reflexión de que más que imponer el terror de las armas era preferible ganar el corazón de los alemanes. La idea de la Gran Comunidad, sin clases sociales y con un solo liderazgo es también de Hitler y su ministro de Propaganda e Iluminación, Goebbels. Por muchas razones, la democrática y europea Alemania ha optado por tratar de desaparecer su pasado nazi, pero ahí están los hechos tercos, como diría Lenin. Errores similares de juicio del pueblo, se produjeron en Italia y en numerosos países africanos. Más cercanamente están los casos de Argentina y Venezuela. Argentina con el peronismo castrante y sus herederos, y Venezuela con el chavismo.

Que el pueblo se equivoca con H mayúscula, parafraseando a Cortázar, obliga a reflexiones muy complejas sobre la democracia y el bien común. Reflexiones éstas que se remontan a La República de Platón, quien argüía, en traducción moderna, sobre la necesidad de que el gobierno fuese elegido y estuviese en manos de un sector restringido de gente privilegiada, bien por su instrucción, su posición social, o ambas. Esta democracia censitaria, basada en un censo de capacidades, fue la norma, más que la excepción en muchos países hasta comienzos del siglo XX, cuando se fueron extendiendo los movimientos a favor del voto libre y universal. En algún momento se intentó imponer como condición en algunos países el saber leer y escribir, pero inclusive esa restricción desapareció. La realidad que estamos viviendo en nuestros países es que tenemos voto universal, pero un número muy importante de ciudadanos con derecho al voto no lo ejerce, por un conjunto de razones que van desde la carencia de información hasta la apatía, y muchos de quienes lo ejercen, o no tienen ninguna información sobre el significado del voto o son susceptibles a la manipulación, a los “fakenews” y a la manipulación, adelantada por humanos, por robots en Internet, o ambos. A todo ello hay que añadirle la desigualdad social y económica que determina la existencia de una correlación muy profunda entre estos males endémicos en nuestro países y la manipulación populista del voto.

Como si el cuadro no fuese lo suficientemente complejo y desolador, el mal de la corrupción, la ausencia de ética en la función pública y la propensión de muchos dirigentes políticos a dejarse llevar por una visión mediática de la política, controlada por “influencers” y redes sociales, contribuye a agravar dramáticamente el problema de la defensa de la democracia. Líderes débiles, excepto cuando parecen tener detrás su propio carisma y el apoyo de sectores poderosos, o cuando le venden una ilusión populista y demagógica al pueblo, todo ello aunado con una población en buena parte desprotegida y a merced de sus propias carencias, limitaciones y resentimientos. Visto así, pareciera ser un milagro que la democracia haya sobrevivido en muchos países.

Este tipo de reflexiones y preguntas sin aparentes respuestas han llevado a la idea de epistocracia, o gobierno de la gente con conocimiento, adelantada entre otros por Jason Brennan, profesor de la Universidad de Georgetown, en su último libro, Against Democracy (Contra la democracia). La polémica teoría de Brennan parte de una premisa: «En general, los votantes son unos ignorantes». En su descripción de la sociedad están los hobbits, gente desinformada que debería abstenerse por responsabilidad; los hooligans, que siguen la información política con la conducta de quien apoya a su equipo de fútbol; y los vulcanos, que estudian la política con objetividad científica, respetan las opiniones opuestas y ajustan cuidadosamente las suyas: «Cuando se trata de información política, algunas personas saben mucho, la mayoría de la gente no sabe nada y mucha gente sabe menos que nada».

La tentación de las respuestas fáciles, a prueba de idiotas, acerca de qué funciona mal cuando los pueblos se equivocan, es muy grande. En esa dirección van las frases globalizantes y generalizadoras: “los venezolanos nunca han entendido”, “los argentinos no aprenden”, que responden todo y no responden nada, y que separan la inmensa responsabilidad del liderazgo político, con sus errores y aciertos, en inducir respuestas en la población. Lamentos y llorantinas que dejan al populismo irresponsable y corrupto, a la izquierda comunistoide, corrupta y sin principios que mal gobierna Venezuela y Cuba, en una alianza criminal con el terrorismo y el narcotráfico, como señores del campo. La alianza perfecta, dicen algunos, entre la estupidez de los pueblos y la astucia de los bandidos, una versión menos acabada de la frase que reza “los pueblos tienen el gobierno que se merecen”.

La verdad del asunto es que no hay ningún milagro en el funcionamiento imperfecto de la democracia, el peor sistema político, como diría Churchill, excepto por el resto. Hay instituciones, hay líderes visionarios que entienden que hay que cambiar y conectarse con la gente, hay partidos políticos que garantizan la transducción del poder que reside en la soberanía popular al gobierno, hay constituciones que se renuevan y se mantienen vigentes, y hay un sistema educativo que enseña los valores de la democracia y la libertad. Y estamos nosotros que estamos obligados a defenderlos con todas sus complejidades. Sin esperar que venga la epistocracia a imponerse, o que los pueblos aprendan las bondades de la economía de mercado y la libertad de pensamiento. Esa es el verdadero reto del ejercicio consciente de la ciudadanía, el bien más preciado que nos ha dado la civilización occidental y que nos convoca a nunca dar por sentadas la democracia y la libertad.