Esta revolución que jamás existió, por Antonio Sánchez García @sangarccs

Ha sido un brutal atropello de minusvalía intelectual, una prueba de supina ignorancia y un trágico malentendido de los venezolanos suponer que el golpe de Estado militar del 4 de febrero de 1992, expresamente orientado a liquidar el más importante y trascendental esfuerzo emancipador social, político, económico y cultural llevado a cabo bajo los más estrictos cánones institucionales por el presidente legítimo de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, cuyos benéficos e indiscutibles efectos sobre la sociedad venezolana fueran premiados y puestos de relieve por los participantes del Encuentro de Davos en enero de 1992, – el mayor crecimiento interanual del PIB en todo el mundo – un 10% – , una cesantía del 6% y una inflación moderada – tenía la intención de seguir el ejemplo de Fidel Castro cuando el asalto al Cuartel Moncada y daba inicio a la que sus autores, cuatro teniente coroneles conjurados con sectores reaccionarios de la civilidad, encabezados por el periodista José Vicente Rangel, el fiscal Ramón Escobar Salom, el intelectual Arturo Uslar Pietri y el ex presidente Rafael Caldera, entre muchos otros, dieron en llamar “revolución bolivariana”. La de Hugo Chávez, Francisco Arias Cárdenas y otros oficiales medios de la FAN fue todo menos una revolución. Fue un levantamiento armado de corte nazifascista, como bien lo definiera el carapintada neofascista argentino Norberto Ceresole, que pretendió el asalto al Poder mediante la movilización de las fuerzas militares de tierra y aire y el asesinato del presidente constitucional de Venezuela, el mismo Carlos Andrés Pérez, ametrallado en el Palacio Presidencial de Miraflores, recibido del regreso de Davos en el aeropuerto de Maiquetía con los trágicos hechos ya en pleno desarrollo. Ante la absoluta pasividad, sea dicho en honor a la verdad, de un pueblo irresponsable e inconsciente del destino que se estaba jugando y por el que pagaría con la peor crisis humanitaria de la historia de América Latina. No iban los conjurados tras el fin de su gobierno: iban, y continúan yendo, tras el fin de la República. Con la aviesa complicidad del castro comunismo cubano yhemisférico, tolerado por todos los gobiernos del mundo. Incluso el de los Estados Unidos.

Ni en ese intento, derrotado por la corajuda acción prácticamente en solitario del primer mandatario, atacado y traicionado por su propio partido, ni en el de noviembre de ese mismo año, lideralizado por oficiales de la Fuerza Aérea, hubo la menor participación del pueblo caraqueño. Ni a favor ni en contra. ¿Revolución? Ya te aviso, Chirulí. En verdad, se trató de un vulgar crimen en cayapa, en solitario, con nocturnidad y alevosía, que debió haber culminado con el fusilamiento de sus autores, si no hubiera mediado la complicidad y la alcahuetería de altos oficiales, como el ministro de defensa general de ejército Fernando Ochoa Antich y la indecisión y pusilanimidad del propio Carlos Andrés Pérez, como lo reconocería posteriormente, con lógica y comprensible pesadumbre.

Es un hecho universalmente reconocido y aceptado que una revolución política requiere como motor principal, de la movilización popular y la acción de grupos de vanguardia capaces de expresar su más hondo sentido histórico. Un golpe de Estado es, en cambio, el atajo de uno o mas grupos facciosos, sin otro objetivo que apoderarse de los instrumentos de dominación, como fuera definido por Curzio Malaparte y puesto en práctica por el fascismo a lo largo del Siglo XX. Desde los luctuosos sucesos de la Independencia, las revoluciones han abundado en Venezuela, pero como lo definiera un criado del ilustre sociólogo e historiador venezolano Laureano Vallenilla Lanz, el negro Reyes Cova, “las revoluciones venezolanas son como vaguadas que arrastran con todas las inmundicias a su paso, para terminar amontonándolas en la Plaza Caracas”. Más nada.





No ha sido otra la suerte de esta llamada “revolución bolivariana”. Un brutal asalto al Poder sin otra intención que saquear y hacerse con las divisas y las toneladas de oro de las bóvedas del Banco Central, apoderarse del control de PDVSA, la estatal petrolera, militarizar el aparato de Estado y entregarle la soberanía de Venezuela y todas sus riquezas minerales – oro, diamantes, coltán, uranio y hierro – a la tiranía cubana y a las pandillas rusas, chinas y musulmanas con las que se ha aliado para sostenerse en el Poder. Por cierto: ante la insoportable laxitud y pasividad de Europa, los Estados Unidos del gobierno de Donald Trump, los gobiernos latinoamericanos del llamado Grupo de Lima, y la indirecta colaboración de una oposición oficial, dispuesta a la cohabitación y a la connivencia. Una elemental rigurosidad conceptual debiera rechazar el uso del término revolución y subrayar la presencia del comunismo en los dolorosos y trágicos sucesos que asuelan a Venezuela. El mismo Carlos Franqui se permitió definir al comunismo en los siguientes términos: “El comunismo es eso que acaba con todo lo que se le opone en su primera fase, lo paraliza todo en la segunda y se autodestruye en la tercera y última fase.”

Estamos a la espera del cumplimiento de esta tercera fase. Dios se apiade de los venezolanos y coadyuve a su culminación.