México: simbolismos políticos e ineficacia, por Gustavo Romero Umlauff

En un último informe del Fondo Monetario Internacional (FMI), donde se hace una revisión de las perspectivas de la economía mundial y que son debatidas en esta misma semana en el importante Foro Económico Mundial de Davos (Suiza), se advierte que América Latina proyectaría una magra recuperación debido, entre otras razones, a un recorte en las perspectivas de crecimiento de México para el período comprendido entre los años 2020 y 2021.

Ciertamente, la inversión pública y privada en México han caído. Las cifras no mienten y aun cuando el fantasma de la recesión sigue muy cerca, las circunstancias apuntan a que su actual presidente, el izquierdista Andrés Manuel López Obrador (AMLO), persiste en el empleo de una estéril retórica y haciendo gala de simples simbolismos políticos para echar toda la culpa al modelo económico neoliberal como la causa de todos los males de su país o echarle la culpa a otros gobiernos por los problemas que ahora padecen.

Entre uno de los simbolismos se encuentra la publicitada dificultad para la venta del avión presidencial -generando los más diversos y hasta divertidos “memes” en las redes sociales sobre este afán- y que vienen a revelar la poca capacidad gestora de AMLO para enmendar la casi nula inversión en el país azteca y detenerse sólo en los apuros de la comercialización de ese activo que, si bien pudo ser un despilfarro del erario, el enorme esfuerzo que el Mandatario azteca viene imprimiendo a este asunto no termina por resolver los problemas de fondo en materia económica.





Claro está que la dimensión simbólica de la política es necesaria en la vida social cuando se pretende hacer públicos los significados que en principio pueden ser subjetivos; pero resulta adversa si sólo hay alusiones sin soluciones. La realidad, cuando es compleja, es interpretada a través de los símbolos; pero la comunicación únicamente a través del símbolo viene a ser vacía si es que ella termina por condecirse con la realidad.

En el símbolo, hay algo de realidad presente y algo de realidad representada; pero no tiene sentido hacer un “gobierno simbólico” si no revela absolutamente nada trascendente o no hay mejora de los indicadores económicos, si es que con ello se pretendía dar una reflexión sobre el manejo del Estado.

El excesivo simbolismo empleado por AMLO le viene resultando perniciosa al país pues ha dejado ver que hay una falta de aptitudes para sacarlo de su estancamiento y que no tiene la menor idea de cómo conducir a México hacia un crecimiento económico y sin otra cosa que detenerse a la simple crítica y a la inútil diatriba de anteriores gobiernos.

En un mundo mediático y operado mucho en redes sociales, como es ahora, el político está obligado a emplear el simbolismo; pero debe estar consciente que ello entraña también sus riesgos si es que no se acompaña con un resultado beneficioso para el ciudadano o que pueda expresarse más adelante en una utilidad para el bien común. Por eso, el auténtico poder de lo simbólico en política está en la posibilidad de administrar la comunicación vinculando fondo y forma, algo que parece no haber comprendido totalmente AMLO.

A poco más de un año de haber asumido la presidencia de México, aunque paradójicamente todavía con una alta aprobación ciudadana, la infructuosa gestión de su gobierno ha colocado a su país en serios aprietos -especialmente- a su economía, profundizando más la crisis con el riesgo de un colapso total del bienestar social, incrementando la inseguridad y sin resolver el espiral de violencia que los aqueja.

La apuesta a que apeló AMLO para ganar la contienda electoral ha venido a constituir en una especie de amenazante boomerang al no poder virar a otro modelo económico y no poder cumplir sus promesas de campaña, como así lo advertimos en un anterior artículo (“México: ¿las elecciones son entre el bien y el mal?”, La Patilla 26/6/2018). Es una lástima que la ineficiencia del populismo venga primando en la administración gubernamental y que el simbolismo político se haya empleado sólo en temas insubstanciales y sin resultados concretos para el progreso de su país.