Delsa Solórzano: Discriminación del siglo XXI

Está de moda hablar de discriminación y racismo. Es un tema sin duda alguna complejo. Pretenden algunos señalar que hay una especie de “ideología de la discriminación” y que solo la izquierda es capaz de defender al excluido. ¡Vaya falacia!

Hoy voy a hablar desde mi visión, desde quién soy.

Comencemos con algunas cosas sencillas.





Si pregunto ¿de qué color es mi piel?, seguro eso tiene respuestas diversas. Yo tengo una personal, que no es este el momento para decir, pero cada lector, si me conoce, seguro dará una respuesta diferente. Quienes no me conocen, probablemente buscarán una foto mía y comenzarán a adivinar. No soy blanca, no soy negra, no soy marrón. ¿Tal vez naranja? ¿Tal vez ámbar? ¿Tal vez dorado? Puede usted dar la respuesta que guste. Pero créame que a lo largo de los años eso no ha influido en lo más mínimo en mi manera de pensar o actuar.

Soy latina. Cabello negro y largo. Mi contextura física hace evidente de dónde vengo . Sin embargo en muchos países del mundo me han confundido con árabe. Tal vez por el color negro de mis ojos o las cejas gruesas, creo que se debe a mis abuelos españoles. “Ojos moros”, me dijo alguien alguna vez. Viene aquí a tono narrar un episodio: poco después de los atentados terroristas en París de 2015, caminando por Ginebra, ciudad que debo frecuentar por mi trabajo en la UIP, noté que algunas personas me miraban con extrañeza o incluso, algunas se alejaban. En ese momento, un buen amigo suizo que iba conmigo y que siempre veo durante mis estadías en su ciudad, me dijo muy avergonzado que por primera vez había sentido la mirada de la discriminación. En efecto, muchos pensaban que yo era árabe por mi aspecto. Y esas miradas que mi amigo sintió contra mí, eran de ciudadanos cuya ideología no se define por sus rostros . Mi amigo es alto, blanco y de ojos claros. Jamás ha sido discriminado por su aspecto, como es lógico, pero tal vez sí lo ha sido cuando dice que es hijo de un iraní. Muchas son las veces que ha tenido que explicar que su padre no es terrorista y que escapó de Irán alguna vez y llegó a otras latitudes donde conoció a su madre.

Pues bien, yo, una persona de color de piel definido por el lector como mejor le parezca, latina, de “ojos moros”, soy además mujer . Sí, lo señalo como un punto aparte porque en efecto las mujeres han sido discriminadas a lo largo de la historia. A las mujeres les costó más votar, estudiar, ser reconocidas como sujetos de pleno Derecho, tener la patria potestad de sus hijos, poder administrar sus bienes o usar pantalones. ¡Ah! Y ni hablar de dedicarse a profesiones o carreras “de hombre”. Pues bien, yo soy abogado y dirigente político y decidí fundar un partido, el cual presido. Todo hecho en un mundo de hombres y para hombres.

Nunca olvidaré el día que en mi país se hizo pública mi separación de la tolda política en la que antes militaba y se filtró a los medios que formaría mi propia organización. Me llamó por teléfono un periodista “progresista”. Él quería la primicia de la noticia y me dijo:
“Diputada, ¿es verdad que forma un nuevo partido?”. Y luego se respondió a sí mismo diciendo: “Será un partido de mujeres, por supuesto”. Le dije que si él pensaba que las mujeres no podían dirigir partidos políticos, conformados por “personas”, entonces era claro que yo no tenía una manera adecuada de hacerme entender por él. (Imaginen a Margaret Thatcher o a Angela Merkel ante semejante estúpida pregunta).

Bien, soy una mujer joven, latina, con un aspecto poco parecido a lo que se acostumbra en la política tradicional. Decidí ser yo misma y no ocultarme tras ropajes masculinos para tratar de parecer alguien diferente.

No puedo pedirle a nadie que luche por su libertad si yo no hago lo propio.

Sí, he sido víctima de discriminación por diversas razones. Por ser mujer, por ser joven, por ser latina, por parecer árabe, por atreverme a hacer política. He sido víctima del “ella no puede”, “ella es muy pequeña”, “ella es muy delgada”, “ella luce muy bien y por eso no puede ganar una elección en ese lugar”. Sí, todo eso y más lo he escuchado, vivido y derrotado. Pero resulta que sí puedo, siempre puedo. Esto lo he pasado en mi país, pero también en diversos lugares del mundo. Sin embargo, ¿saben qué? Si me preguntan de dónde ha venido la discriminación, con la certeza de escuchar lo que quieren, pues se equivocan . No es cierto que la discriminación tiene ideología.

Yo soy de centro derecha y lo digo con orgullo. Creo firmemente en el progreso, en la propiedad privada, en la necesidad de acabar con el rentismo, en el liberalismo ciudadano, en la democracia ciudadana, en la igualdad de oportunidades para que cada persona pueda desarrollarse libremente conforme a sus propias capacidades. Creo en un Estado que esté al servicio de la gente y no al revés y cuya función sea regular y garantizar la absoluta libertad en el marco de la ley y no ser propietario de cuanta cosa exista.

Desde mi posición ideológica defiendo plenamente la libertad y los derechos humanos y tengo más de la mitad de mi vida dedicada a luchar contra una dictadura socialista, criminal, corrupta, asesina, hambreadora, terrorista y narcotraficante que se ha impuesto en mi país por la vía de las armas. Todo esto por cierto amparado por años por muchos de aquellos que se autodenominan “progres”, de izquierda y que la verdad prefieren mirar hacia un lado cuando un régimen oprime de manera brutal a una nación como la mía, porque todo lo hacen amparados en las fantasiosas y engañosas teorías de una igualdad que no existe en los términos en los que ellos la plantean.

Soy de centro derecha y estoy orgullosa de serlo. Lo digo con profunda convicción de la necesidad de que mi país progrese y salga adelante, de establecer un sistema de libertades y de nunca más sufrir los rigores de un yugo como el que hoy sufrimos en Venezuela.

Amigo lector, no se confunda, por favor, no crea en cuentos de camino. Si en algo es especialista la izquierda (además de no trabajar y ver siempre cómo se aprovecha de los demás), es en mentir y manipular . Es su forma estructural de ser. Lo digo como víctima por más de 20 años de una dictadura socialista en mi país. Por cierto, no hay dictaduras buenas, todas son malas, la diferencia es que cuando son de derecha las condena el mundo, pero cuando son de izquierda las aplaude y justifica. Créame, todos los días ruego al mundo que no elija gobernantes socialistas, eso no lleva más que al hambre y la destrucción.

No puedo concluir sin levantar mi voz contra el asesinato de George Floyd. Sé perfectamente lo que se siente. En mi país miles de personas mueren en manos de funcionarios policiales. De hecho en el más reciente informe de la Alta Comisionada de DDHH de la ONU, Sra. Michelle Bachelet, se estable que más de 5 mil personas perdieron la vida en ejecuciones extrajudiciales y, según el más reciente Informe de “Monitor de Víctimas”, el 68% son jóvenes negros o morenos. Sin embargo, la diferencia es que aquí, en Venezuela, a los policías los condecoran o les entregan la espada de nuestro Libertador Simón Bolívar. Creo que debe manifestarse con firmeza y contundencia contra esos terribles hechos, pero cometer actos vandálicos, atacar la propiedad privada y atentar contra la democracia no honra la memoria de los mártires.

En honor a Rosa Parks, George Floyd, y miles de hombres y mujeres venezolanos asesinados por la dictadura “socialista del Siglo XXI” en Venezuela.