Ramón Peña: La paz, punto de partida, trayecto o meta

Ramón Peña: La paz, punto de partida, trayecto o meta

La paz es una idealización perpetua, un anhelo constante, por eso, cuando hablamos de la paz, generalmente la conjugamos en tiempo futuro, verbalizando deseos y buenos augurios. Es menos común referirnos a la paz como un hecho del presente, tangible y real. Y cuando se trata del pasado, la paz no es tema usual porque la memoria de la humanidad, desafortunadamente, está escrita a partir de guerras, de situaciones escabrosas, de cambios violentos. No abundan los periodos de paz que sean marcados como hitos en la historia.

Todas las religiones e ideologías aluden a la paz como su propósito declarado, pero enaltecerla continúa siendo una deuda de la humanidad. Si se la compara con los avances en otras manifestaciones de progreso, como la ciencia, las condiciones materiales de vida o el conocimiento, su rezago es una conquista pendiente. La paz sobresale entre las realizaciones inconclusas del proceso civilizatorio emprendido por el ser humano hace miles de años.

No obstante, la paz guarda en sí un enorme poder cuando se la emplea como medio para la superación o el arreglo de crisis históricas de carácter político o humanitario. La paz puede ser un camino apropiado para alcanzar la paz misma. Nos referimos a la actitud pacífica, cívica, no violenta, ejercida bajo la forma de resistencia, desobediencia civil o protesta simbólica, que, con firmeza y claridad de propósito, sirve para alcanzar objetivos de justicia, de liberación o de respeto a los derechos de una colectividad.





La historia guarda ejemplos en los cuales la paz como punto de partida ha alcanzado sus objetivos. Quizás el referente más emblemático en la historia contemporánea, de la paz empleada como punto de partida, sea el de Gandhi, en su perseverante campaña para alcanzar la descolonización de la India. Su lucha fue tan persistente como invariable su convicción de líder pacifista. Su prédica sostenida, desde el comienzo hasta el final, se resume en esta frase suya: “La no violencia es el primer artículo de mi fe, y es también el último de mi credo”. La historia confirmó que su bandera de resistencia pacífica era el punto de partida correcto. Permitió que la independencia de su país fuese alcanzada al más bajo costo posible para sus coterráneos (y también para sus adversarios).

Ahora bien, la paz como trayecto, como forma escogida y persistente de vida, constituye el acelerador más eficaz del desarrollo humano. La convivencia y el respeto por el otro, juntos, ensamblan la óptima condición enriquecedora de un pueblo. En las últimas décadas, un ejemplo notable, entre otros, lo representa la paz europea, alcanzada y sostenida luego de haber protagonizado el periodo más sangriento de toda la historia de la humanidad, el de sus dos guerras durante la primera mitad del SXX. La expresión concreta de este trayecto de paz ha sido la Unión Europea, ese enorme y complejo conglomerado humano, que se constituyó sustentado en dos vigas maestras: la democracia y la integración regional, determinantes y sustitutivas del autoritarismo y del nacionalismo a ultranza, provocadores sustanciales de las tragedias que asolaron el suelo europeo.

Sin mediar la declaración formal de un estado de guerra, es posible que un pueblo sufra las circunstancias y consecuencias propias de un conflicto bélico. Tal es, dolorosamente, el caso de nuestra Venezuela. Somos gobernados bajo condiciones de guerra desde que arbitrariamente se declaró una división interna, irreconciliable, entre supuestos “patriotas y traidores”. Se sembró, y prevalece aún, en todos los órdenes, una cultura de la violencia. Violencia que abarca, desde la persecución brutal, a la muerte, de la disidencia, hasta la violencia fertilizada por el hambre, la marginalidad, el desamparo sanitario o la escasez.

Desde los tiempos de la cruenta y larguísima guerra de independencia, o la insensata Guerra Federal, no ha habido un mayor clamor, que el de hoy, por la paz en Venezuela. No es solo el desasosiego reinante hoy en todas las esferas de la vida cotidiana del ciudadano, es también la pérdida de su propia paz interior, la que lo hace suspirar por la vuelta a la armonía, la conciliación y el entendimiento. Para los venezolanos, la reconquista de la democracia, la justicia, la institucionalidad y la libertad, es la suma de los requisitos para alcanzar la paz, hoy su más anhelada meta.


El autor ganó  el Primer Premio ex aequo del reto literario “Ensayos de paz” del diario El Universal por este ensayo
Publicado originalmente en El Universal (Venezuela) el 21 de septiembre de 2020