Manuel Barreto Hernaiz: Don de gentes en la política

Manuel Barreto Hernaiz: Don de gentes en la política

“No basta pensar y hablar hermosa e inteligentemente,
aunque se supone que quien domina el concepto se gana el afecto.
Se requiere algo más… La simpática cortesía es el hechizo de los grandes políticos. Has de dedicar tus manos primero a las hazañas a favor de los demás, y luego a la pluma de escribir, de las manos a las hojas, que también te hará bien tener la gracia de los escritores, que es eterna…” – Baltasar Gracián

Hay una expresión que solía escuchar a mi padre que me quedó grabada no como un atavismo más, de tantos y tan sanos que intentó inculcarme, sino por lo genérica que me resultaba. En una oportunidad que pregunté cuál era la condición principal que él encontraría en un político, me respondió: …”Que tenga don de gentes”.

Para ese momento yo esperaba como respuesta, algo más preciso, pues, sin ser mi viejo un ser muy interesado en los asuntos que a mí ahora me ocupan, algo tenía que decir, ya que la misma historia le permitió ocupar cárcel con todos aquellos estudiantes del ’28 que luego harían de la política su vida entera.





Indagué, pues en el diccionario: Disposición peculiar de quien es muy sociable en el trato y tiene facilidad para atraer y persuadir a los demás. Conjunto de gracias y atractivos con que una persona atrae a las voluntades de los demás. Donura, Donaire. El significado o etimología de la frase “don de gentes”, sin entrar al análisis enciclopédico para definir el “don”, viene del latín “dominus”, que significa “señor”

La cosa no quedó clara, pero usted amable lector, estoy seguro que sabe a qué me refiero, seguro estoy que tiene su propio concepto, que podría resumirse como la suma de valores, principios y amabilidad, educación, sensibilidad, apertura, solidaridad, respeto…

Han pasado varias décadas, y ahora, en esas amenas tertulias, disertando acerca del posible perfil de un candidato idóneo, sale a relucir una condición que se hizo unánime entre los contertulios: “Que tenga don de gentes”…

Si algo resulta reconfortante en esta etapa electoral, es encontrar -al menos en el demócrata, sector pluralista y multicolor- puntos de encuentro y convergencia entre tantos candidatos, destacándose el hecho de que antes de “políticos”, son caballeros, en quienes prevalece el “don de gentes”.

Que saben estar y saben ser. Que no se dejan llevar -por apasionante que resulte la contienda- por los insultos, las descalificaciones y el desprecio, pues los políticos, los hombres públicos deben estar por encima de todo eso.

Que tienen presente un pasado muy reciente, de unidad evidente ante el adversario real, que no es precisamente, quien le pueda restar aceptación en las encuestas, sino quien le pueda terminar de arrebatar cualquier posibilidad de participación y lograr un porvenir sanamente democrático.

Todos, absolutamente todos, son nuestros amigos, y a todos, de una u otra forma les hemos apoyado con compromiso y tenacidad en muchas oportunidades que se han presentado.

Todos son hombres normales, tienen las mismas dudas, los mismos problemas y las mismas inquietudes que todos los otros. Son simplemente ciudadanos que han escogido, porque creen que tienen algo que aportar a sus semejantes, a su ciudad, a su estado y a su país, hacer el esfuerzo de aportarlo de la mejor manera posible, a su entender, y corriendo el riesgo de equivocarse. Ahora bien, reiterando lo de “don de gentes”, debe ser ejemplar en sus modales, en sus palabras y en su conducta. Porque, si un político no es un hombre ejemplar, no sirve como gobernante, y un hombre ejemplar, como cualidad imprescindible, debe ostentar el respeto por los demás hombres y, sobre todo, por los que, como él, piensan y pretenden el bien para su comunidad, aunque sea con otras ideas.

Lo que los ciudadanos esperamos es que esta “precampaña” sirva de ejemplo, en todos los partidos políticos, en los sindicatos, en los colegios y liceos, en las universidades, en los centros de producción y en todos los espacios públicos de nuestra ciudad convertidos en “Ágoras” dedicadas a arreglar el país, basándose en las alegres anécdotas de las diversas campañas y nunca resaltando las mezquindades, las zancadillas y la descalificación.

Porque no es inherente a la condición de político demócrata, y con “don de gentes”, el descalificar al oponente por el mero hecho de serlo, ni el aprovechar cualquier rumor, noticia o sospecha, cualquiera que sea su origen o intención, para condenar demagógicamente, injuriar y ensuciar la vida política y no política del adversario y enlodar el ambiente político de la ciudad y el estado. Carece de “don de gentes” ese advenedizo que no reconoce ni acepta las verdades, anhela y busca el poder para su usufructo personal, manipula en lugar de persuadir y concertar, y desprecia a quienes no comulgan con sus ideas.

Ese ser dotado de “don de gentes” tiene principios y los aplica con decoro y con prudencia. No pretende dominar sino persuadir, sin detrimento a la autoridad y a las leyes.

Está consciente que gobernar debe ser una labor racional, por lo que respeta, acepta y aprecia otras opiniones razonables, y asume con humildad que gobernar significa rectificar. Es prudente y respetuoso. Prefiere ser seguido por convicción que por imposición; y en todo momento, espera por la comprensión de los otros, a pesar de que él considere que su apreciación es la correcta.

Lo que los electores valoran y desean, no son los gritos, escándalos ni calumnias, lo que ellos quieren son ideas y proyectos, respeto y trabajo callado y eficiente. Porque el pueblo, como tal, en su conjunto es, aparentemente, muy manejable e influenciable. Pero no es idiota.

Manuel Barreto Hernaiz