Samir Aponte, un fotógrafo que enfocó su vida en la solidaridad con los venezolanos más vulnerables

 

Samir Abraham Aponte González nunca pensó que su vida cambiaría pasando del fotoreporterismo a la labor social con sus fuentes de información.





Corresponsalia lapatilla.com

Detrás de su aspecto rudo, cabello largo y piel tatuada, armado con una cámara fotográfica, lentes de sol y siempre en moto, Samir recorre las calles y avenidas de Anzoátegui, documentando la situación de comunidades vulnerables.

Este reportero gráfico encontró una forma de impactar positivamente a los habitantes de las zonas que visitaba, y lo logró a través de lo mejor que sabe hacer: el arte de la fotografía.

Hace 7 años “Cambiando rutinas” se convirtió en su bandera. “El sector Las Bateas de Maurica, en Barcelona, es un lugar por donde todos pasan, lo ven y miran hacia otro lado. Yo me quedé y decidí mostrarles otro mundo, otra historia, otra vida. Estos niños nunca habían visto una cámara, y ahora toman fotos mejor que yo”, exclama con orgullo Samir.

 

 

-¿Por qué enseñarles fotografía?

No es una cosa de locos. A través del lente ellos aprendieron a ver el mundo que los rodea y también otros espacios. Esto es un arte, un oficio que los ayuda a ver más allá y que ha logrado irlos sacando de aquí.

El programa “Cambiando Rutinas: Niños Reporteros” tiene el objetivo de instruir en el arte de la fotografía a niños de comunidades económicamente deprimidas, promoviendo valores en cada jornada de trabajo para lograr en ellos la inserción social de forma productiva y provechosa.

 

 

-¿Cuál ha sido tu mayor satisfacción?

Llegar y ver la emoción en sus rostros, ver cómo quieren aprender. Tú sabes, mostrarles que hay cosas nuevas y diferentes. Ellos han conocido mucho, han cambiado, han salido, son como esponjas: todo lo aprenden rápido, aunque a veces se ponen tercos, porque son niños.

Al principio no fue tan fácil convertirse en uno más de la comunidad, cambiar la mentalidad de algunos de ellos, pero ahora cuando me ven llegar, casi siempre en las tardes, se emocionan, salen corriendo gritan: “¡llegó el pelúo, llegó el pelúo!”. Así me dicen, y ya saben que vamos es a trabajar.

Me siento feliz cada vez que logro cambiar una vida. Hay encuentros y desencuentros, pero siempre quiero hacer más… Esto no ha terminado.

Actualmente, Samir está realizando una labor similar con la comunidad warao anclada en la zona rural del municipio Simón Bolívar, donde ha logrado que sean atendidos con jornadas de salud y consiguió el apoyo del Ministerio de Pueblos Indígenas, pero su meta es lograr derribar el estigma social que existe sobre esta etnia, que los califica de “flojos”, y así lograr su reinserción en la sociedad.

Durante las inundaciones provocadas por el río Neverí en 2021, Samir tuvo la oportunidad de llegar a esta comunidad warao. “Los chamitos me vieron que yo estaba documentando las inundaciones de algunas casas, y esos chamitos se acercaron interesados en las cámaras y lo que yo estaba grabando. Bueno, esa fue la oportunidad ideal para mí. Sonará un poco extraño, no sé, pero a veces, en estas situaciones catastróficas que pasan con la naturaleza, nacen oportunidades. Y se dio esa circunstancia de interactuar con ellos”.

 

 

-Sabemos que los indígenas tienen sus propias leyes y costumbres, ¿cómo te ganaste su confianza para que te aceptaran y te permitieran ayudarlos?

La confianza me la gané trabajando, trabajando con dedicación y siempre comprometido con ellos, siempre hablándole con la verdad, incluso, fue tanta la confianza que generamos, que hasta ellos me enseñaron su dialecto. Yo más o menos lo domino, y ya nos entendemos mejor.

 

 

-¿Qué es lo primero que piensas cuando ves a los indígenas en abandono?

Ellos piden dinero en la calle, porque no están insertados a la sociedad. No tienen un trabajo, los niños no son ingresados a la educación y hay muchos analfabetos.

Ellos merecen respeto. Los indígenas son trabajadores. Es necesario un cambio en la sociedad, no hay que verlos como si fueran diferentes, los tratamos tan mal y los pateamos tanto que no los respetamos.

Muchos dicen que el cacique duerme o el hombre duerme, y las mujeres trabajan y están pidiendo. Allá, en su comunidad, trabajan desde el más pequeño hasta el más viejo. Por eso es que ves a las mujeres con los niños pidiendo o trabajando. La mujer no abandona a sus niños, pero todos trabajan en su cultura.

 

 

-¿Crees que puedes cambiar sus vidas sin modificar sus tradiciones?

Trato de cambiar las rutinas para que ellos mismos puedan contar su historia y cambiar la forma cómo los ven, porque el indígena no es ese que está pidiendo. Es gente trabajadora y especial que necesita ser tomada en cuenta.

 

 

¿Qué haces por ellos? ¿Qué historias te marcan?

Había una muchacha que tenía problemas con su embarazo. Esa niña que cargo en brazos aquí es gracias a que logramos salvarla. Durante su embarazo se le consiguió todo el control prenatal en una clínica privada en Lechería, y gratis.

Conseguimos una maestra de origen warao y hemos ido armando una escuela especial para ellos, con donaciones, con aportes. Ya tienen cédulas de identidad gracias a la directora del Saime regional y así otras ayudas hemos podido conseguir para la comunidad.

La idea es trabajar, visibilizar y resolver. No ver los problemas desde lejos o mirar a otro lado. Aún falta mucho por hacer… Todas las ayudas son bienvenidas.