“Estoy aquí, soy libre”: La historia de cómo un refugiado venezolano triunfó contra viento y marea en EEUU

“Estoy aquí, soy libre”: La historia de cómo un refugiado venezolano triunfó contra viento y marea en EEUU

Cortesía

 

El piso rugoso del centro de detención de inmigrantes fue la piedra de afilar de Alejandro.

Por The Guardian 





Durante horas todos los días, raspó la basura contra el concreto en el centro penitenciario de River en la zona rural de Luisiana para poder hacer anillos para sus seres queridos. Usó botellas de Coca-Cola de plástico en forma de “O”, empleando el cilindro para darle forma a los anillos. Sabía que la botella dejaría los anillos demasiado grandes para los dedos para los que los estaba haciendo: su hermana, sobrina y mejor amiga. Pero no tenía nada más.

Cada anillo tomaría ocho, 10, 12 horas para hacer. Eso estuvo bien, tenía tiempo. ¿Quién sabía cuánto tiempo estaría retenido, metido en una celda de 10 por 15 metros con más de 100 solicitantes de asilo?

Cortesía

 

Para Alejandro –quien usa seudónimo en esta historia por temor a represalias– el centro de detención era “la parte más negra de la oscuridad”. Había recibido un entrenamiento militar intensivo en Venezuela, había sufrido amenazas de muerte cuando quería dejar las fuerzas armadas allí y había cruzado la frontera entre Estados Unidos y México para entregarse al proceso de asilo. Pero nada lo había preparado para la tortura psicológica y física de un centro de detención del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) de EE. UU.

Después de ser trasladado entre los centros de detención de Ice y prisiones de máxima seguridad en tres estados, llegó al centro de detención privatizado de Luisiana rodeado de nada más que campos. Los guardias allí no dejaron dormir a los prisioneros, golpeando sus literas de metal, apiladas de a tres, durante toda la noche.

“El sistema trabaja para desgastarte hasta ese punto sin esperanza”, dijo Alejandro a The Guardian mientras se sentaba junto a su hermana, Oneida Briceño Arcila, en una oficina compartida del negocio de asistencia de inmigración que abrió en Florida para ayudar a otros como ella y su hermano.

Lea más en The Guardian