El día que el rey Juan Carlos mató a un elefante y a su reinado: un viaje con su amante, crueldad y despilfarro

El día que el rey Juan Carlos mató a un elefante y a su reinado: un viaje con su amante, crueldad y despilfarro

Con su caída el rey español quedó al descubierto: su viaje no oficial, su afición por la cacería y su despilfarro en medio de una grave crisis económica en España

 

“Soy el rey y hago lo que se me da la gana”, dicen que dijo el monarca en la fiesta para celebrar que el día anterior había cazado un elefante, un “lujo de rico” mientras en su país cinco millones de personas padecían el desempleo. En medio de la fiesta, con una copa de vino en la mano, el rey se mostraba eufórico, pero se tropezó y la caída le provocó la fractura de la cadera. Hubo un traslado urgente a Madrid y hubo un escándalo gigante. Juan Carlos no lo sabía pero era el principio del fin de su reinado.

Por infobae.com

Corría el año 2012 y el Borbón gozaba del respeto y el cariño de los españoles. El respeto lo había conseguido el 22 de noviembre de 1975 cuando al ser coronado dejó bien claro que sería el rey de todos los españoles. Lejos de convertirse en un monarca autoritario, facilitó la transición democrática; en 1978 la nueva Constitución española estableció la monarquía parlamentaria.

Pero sin duda fue su papel en el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 lo que lo convirtió en líder de su pueblo. Un grupo de guardias civiles tomó el Congreso de los Diputados y esperaban su apoyo, Juan Carlos se los negó. “La Corona no puede tolerar en forma alguna acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático”, subrayó frente a millones de españoles que lo miraban por televisión. Desde entonces, muchos republicanos comenzaron a decir: “no soy monárquico pero sí Juancarlista”.

Si por su política se ganó el respeto, el cariño lo consiguió con una personalidad campechana, amable y seductora. Siempre sonriente, culto y con una familia que parecía modelo de familia. Lejos de los escándalos que en los 90 protagonizaba la Corona británica con la separación de Lady Di del príncipe Carlos y de Fergie con el príncipe Andrés, la familia real española se mostraba discreta y cercana a su pueblo. En 1995 se casaba la infanta Elena con el aristócrata Jaime de Marichalar, luego Cristina con Iñaki Urdagarín, un destacado y pintón deportista. El único que se mostraba renuente al compromiso era Felipe, heredero al trono, pero en 2004 se casaba con la periodista Letizia Ortiz Rocasolano.

Hacia el afuero todo era perfección pero se sabía y se callaba que Juan Carlos solía rodearse de “amigas entrañables”. Apuesto, poderoso, de aspecto atlético tan carismático como simpático, su encanto era irresistible. En el libro de Pilar Eyre La soledad de la Reina se cuenta que Sofía un día lo encontró intimando con la cantante Sara Montiel. Otras mujeres que habrían estado con él serían la empresaria Sol Bacharach, la condesa Olghina de Robilant, la decoradora Marta Gaya y la política Carmen Díez de Rivera. Sus “amigas entrañables” eran tantas que presumía de ser el “Julio Iglesias de la monarquía”. Pero como, a diferencia de la prensa británica, la española siempre mantuvo silencio sobre la vida privada de su monarca, nada ponía en peligro la Corona.

Juan Carlos era querido y respetado pero el 14 de abril de 2012 empezó a circular por redes una fotografía de Juan Carlos I donde se lo veía posando escopeta en mano junto a un elefante que había cazado en un safari en Botsuana. La fotografía había sido publicada en la página del organizador del safari y empezó a viralizarse. Lejos de la imagen idílica que la prensa solía mostrar de su rey esa foto mostraba todo lo que hasta ese momento se ocultaba: un monarca amante del lujo, poco afecto a sus funciones y al que poco le importaba la depredación ambiental.

Ante la “viralización” de la foto, la Casa Real se limitó a informar que el Rey se había caído durante un viaje privado, pero la prensa española informó que el rey estaba cazando elefantes. Un portavoz del gobierno de Botsuana confirmó la noticia, aunque aclaró que Juan Carlos tenía un permiso para hacerlo.

A medida que pasaban las horas la información se ampliaba y el escándalo aumentaba. Al rey se le había ocurrido ir a cazar elefantes a un país africano, justo en medio de una brutal crisis económica de España. Un momento donde el ejército de desocupados superaba los cinco millones de personas o sea el 25 por ciento de la población. Cuando se confirmó que esa “excursión” costaba 59.500 dólares por persona, un científico le dirigió una carta abierta donde le recordaba que era eso lo que el ganaba por dos años de trabajo.

Los defensores del monarca, aseguraban que el Borbón no había viajado con el dinero de “nuestros impuestos” sino que había sido invitado por ejecutivos de varias multinacionales y bancos y que los gastos en Botsuana fueron pagados Mohamed Eyad Kayali, el representante de la corona saudita. Pero saber esto enojaba más porque los españoles sentían que su rey había viajado con los responsables que precipitaron la crisis que padecían.

Los que también estaban furiosos eran los ecologistas. Se podía argumentar que cazar elefantes no era ilegal en Botsuana y que está permitido con limitaciones, pero matar ejemplares de una especie que se encuentra amenazada era una actitud por lo menos incoherente con el respeto a la naturaleza que solía pregonar el Borbón. Tampoco resultaba coherente con su cargo de presidente de honor en la WWF España, una organización conservacionista que trabaja para la protección de especies vulnerables, entre las que se encuentra el elefante y cuyo principal depredador son… los cazadores. A la WWF comenzaron a llegar cientos de cartas de protesta que se sumaron a las quejas de delegaciones internacionales. Ante la avalancha de críticas, en una asamblea extraordinaria y por 226 votos a favor y 13 en contra se decidió remover al rey de su presidencia.

Con los días, el escándalo lejos de acallarse sumaba nuevos capítulos y cada vez más escandalosos. Trascendió que el viaje no era oficial pero que lo sabían Mariano Rajoy, presidente de Gobierno, y el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz. Los que no lo sabían eran los hijos del rey y mucho menos, la reina Sofía. Es que Juan Carlos había viajado con su amante, Corinna Sayn-Wittgenstein. Y un detalle no menor, Juan Carlos organizó el safari africano para que Alexander Sayn-Wittgenstein, el hijo de su amante que había cumplido 10 años, experimentara en directo lo que era un safari y la caza de un elefante.

El viaje ultrasecreto con su amante terminó saliendo a la luz y la imagen del ese rey campechano, democrático al que se le tapaban sus “deslices” cambió por la de un monarca impiadoso que disfrutaba matando animales, usaba vuelos privados para cazar en donde tuviera ganas y todo mientras la economía de su país se hundía.

A su llegada a España, el monarca cazador fue operado en una clínica de Madrid. La información oficial afirmaba que Sofía fue al hospital y se quedó a su lado. La extraoficial aseguraba que no se vieron y que la reina no quería saber nada del enfermo recién operado. Intuía que Botsuana marcaba un antes y un después en su vida; no solo en su matrimonio sino y fundamental, en el rol de su marido como monarca.

En medio de su internación, las críticas arreciaban y el rey debió hacer algo que no acostumbraba: pedir disculpas. Lo hizo con una frase que pasó a la historia: “Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir”. Nadie entendió muy bien si con estas palabras quería decir que ya no mataría elefantes, que dejaría de tener amantes o que ya no derrocharía dinero público en actividades privadas.

Con el tiempo trascendería más detalles del safari del rey. Según cuenta el portal español OK diario, aunque Juan Carlos utilizó para matar al elefante un rifle Rigby Express del calibre 470, no pudo rematarlo. Esto motivó que sus escoltas se vieran obligados a terminar la tarea disparando 30 proyectiles con sus rifles.

“El elefante escogido para Juan Carlos I era un macho muy grande, joven y con los colmillos muy finos. En contra de la costumbre de Botsuana, que solían elegir piezas viejas o con alguna tara, el objetivo de la cacería del 11 de abril de 2012 era un ejemplar de los que provocan envidia entre los cazadores curtidos”, narraba el portal. Los colmillos de marfil serían guardados en palacio de la Zarzuela, en el pabellón de caza. Un lugar de mil metros cuadrados que el Borbón mandó a construir en el 2007 donde exponía sus trofeos, guardaba sus armas y había costado casi cuatro millones de dólares del presupuesto nacional.

No era la primera vez que el español sacrificaba a un animal en peligro de extinción. En 2004 pagó ocho mil dólares para matar en Polonia a uno de los últimos bisontes vivos que quedan en Europa. Ese mismo año, la agencia Abies Hunting le organizó un viaje privado para matar osos en los Cárpatos. Sin prurito, el Borbón se hospedó en el antiguo chalé del dictador Ceausescu, abatió a tiros a cinco osos y otros animales protegidos. Dos años después en una cacería organizada por el cazador profesional Jeff Rann, también mató a un elefante, antes había cazado leopardos y búfalos.

Pero sin duda la historia más bizarra o patética fue la muerte de un oso de nombre Mitrofán, en Rusia. Según los trascendidos el animal fue emborrachado con miel y vodka y puesto delante de Juan Carlos para que le disparase. El diario moscovita Kommersant publicó la carta del técnico responsable de la caza en la provincia rusa de Vólogda, dando fe de la denuncia y aportando detalles. El oso, una especie de mascota de cuatro años de edad y 120 kilos de peso, servía para entrenar con su olor corporal a perros destinados a la caza del oso salvaje. En su denuncia, el funcionario acusaba a otros jerarcas de haber urdido la caza “inmoral” del oso cautivo y emborracharlo para el rey, comprándolo por 20.000 rublos (300 dólares) al dueño de la granja, dinero que nunca le abonaron. Ante el impacto de la denuncia se armó una comisión de investigación, pero el dueño de oso cambió de versión y acabó afirmando que no sólo no vendió el oso para la cacería real, sino que él mismo lo mató a tiros porque era muy “peligroso”. Mientras en España, un portavoz de la Casa Real calificaba todas las versiones de “ridículas”.

Lo que no se podía calificar de ridículo pero sí al menos de material para el diván era la afición del monarca por la caza. Juan Carlos mató accidentalmente a su hermano Alfonso de Borbón con un disparo de un revólver calibre 22, el 29 de marzo de 1956, cuando ambos eran adolescentes. El hecho no dejó en él aversión por las armas.

Tras el episodio de Botsuana y tal como lo intuyó Sofía, la imagen del rey cayó para no volver a levantarse. El escándalo del viaje de cacería, la confirmación de que Corinna era su amante, la condena a cinco años y diez meses de prisión de su yerno Iñaki Urdangarín por el caso Nóos (una red de corrupción) y una abrupta caída de la popularidad de la monarquía española pusieron punto final a sus 38 años de reinado. En 2014 Juan Carlos abdicó irremediablemente en favor de su hijo Felipe.

Al abdicar perdió su inmunidad legal y comenzaron a abrirse investigaciones sobre posibles actos de corrupción. Hoy Juan Carlos vive alejado de su familia, del poder, pero sobre todo repudiado por ese pueblo que se declaraba “juancarlista”. Quizá este 13 de abril no lo recuerde como la vez que mató a un elefante y luego tuvo una aparatosa caída sino como el día que mató su reinado y todo por un capricho de rey y no una decisión de noble.

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