La misteriosa desaparición de la predicadora que bautizó a Marilyn Monroe y la leyenda de su ataúd con teléfono - LaPatilla.com

La misteriosa desaparición de la predicadora que bautizó a Marilyn Monroe y la leyenda de su ataúd con teléfono

Aimee Semple McPherson fue la fundadora de la Iglesia Cuadrangular (Photo by Apic/Bridgeman via Getty Images)

 

Era una excelente actriz. Podría haber sido una estrella del cine mudo, como Gloria Swanson. Pero a pesar de su amistad con Charles Chaplin, no utilizó ese talento para triunfar en la incipiente industria. Quizás porque las películas, en 1920, todavía no tenían sonido. Y no pensaba desperdiciar su otro don: el de la palabra. Aimee Semple McPherson era, también, una magnífica oradora. Capaz de convencer a quien fuera con sus discursos. Con esas herramientas y una ambición desmedida, se convirtió en la principal predicadora evangelista de los Estados Unidos en la primera mitad del siglo XX. Tal fue su popularidad y su genio, que compró una emisora de radio: fue la primera pastora mediática de la historia. Una celebridad.

Por infobae.com





Fue su madre, Mildred “Minnie” Pearce, quien le inculcó la fe. Era hija de un matrimonio británico que emigró a Canadá y murió joven. Fue adoptada por una pareja muy creyente: la enrolaron como Soldado del Ejército de Salvación. Conoció a un granjero metodista llamado James Morgan Kennedy, que vivía en el pueblo de Salford, Ontario, Canadá. Se casaron en 1886 y adoptó su apellido. A pesar de intentarlo, no podía quedar embarazada. Un día se arrodilló y le pidió al cielo “una niña”. A cambio, prometió que la entregaría al servicio de Dios. El 9 de octubre de 1890 nació Aimee Elizabeth Kenedy.

En los Estados Unidos, el movimiento pentecostal había comenzado a esparcirse a mediados del siglo XIX. La semilla de esta nueva iglesia brotó con fuerza en el medio oeste y el oeste, en aquellos nuevos pueblos y ciudades fundados en territorios conquistados por colonos duros, que poco tenían que ver con las ciudades refinadas del este norteamericano. Uno de los conceptos clave del pentecostalismo es el “avivamiento”. Es decir, ellos creen en volver a “avivar” el fuego del Espíritu Santo.

Durante su primera adolescencia, Aimee se escabullía de la mirada de su madre y sus estrictas enseñanzas religiosas. Le gustaba leer, ir al cine y al teatro. A los 17 años, inmersa en una crisis de fe, Aimee acudió a un avivamiento dirigido por el pastor irlandés Robert Semple, y se convirtió a ese movimiento. No sólo eso; se volvió fanática: casi dejó de ir a la escuela secundaria para no perderse ni una sola de las reuniones que encabezaba Semple. Entre ellos creció algo más, y en agosto de 1908 se casaron.

La pareja se mudó a Chicago, en los Estados Unidos, y poco tiempo después decidieron comenzar un camino como misioneros. Durante dos años, en los que Aimee se convirtió en la asistente de su esposo, prepararon lo que sería un largo viaje. Primero recalaron en Europa, pero el destino final fue China. Al principio todo marchó bien y el matrimonio recibió una hermosa noticia: ella estaba embarazada. Pero la felicidad pronto acabó. De paso por Hong Kong, ambos enfermaron de malaria, y Semple murió el 19 de agosto de 1910. Aimee, que tenía apenas 19 años, se quedó sola en un país remoto, sin dinero y con una hija llamada Roberta Star, pero con la ayuda de otros misioneros pudo regresar a los Estados Unidos en 1911.

Ya sin Semple a su lado, se radicó en Nueva York, donde vivía su madre, que también era predicadora. Comenzó a ayudarla a recolectar fondos para el Ejército de Salvación, y en esa tarea conoció a un hombre de negocios muy creyente llamado Harold McPherson. Muy pronto comenzaron un romance que desembocó, el 5 de mayo de 1912, en el segundo matrimonio de Aimee. De esa relación, el 23 de marzo de 1913, nació su hijo Rolf Potter.

Parecía que su etapa como predicadora había terminado. Pensó en dedicarse a la crianza de sus hijos. Pero luego del nacimiento de Rolf, sufrió una depresión posparto. A eso se sumó una apendicitis aguda. Fue llevada de urgencia a un hospital, donde la sometieron a dos cirugías. Sus dolores no cedían, se sentía morir y entonces, contó luego, tuvo una experiencia mística en la que Dios le preguntó si volvería a predicar. Ella le prometió que lo haría, y en ese momento todas sus dolencias cesaron.

Lo que también terminó fue su breve matrimonio. En 1915, Aimee había vuelto a dar sus sermones. Una tarde, cuando Harold regresó a su casa, la encontró vacía: su esposa se había marchado con sus hijos. Le había dejado una carta invitándolo a unirse a su iglesia. Aimee había comenzado a recorrer todo Estados Unidos con una carpa, en la que celebraba sus oficios religiosos. Cada vez más gente acudía a verla predicar. Al principio, Harold aceptó el convite con la intención de convencerla de volver a su casa, pero muy pronto entendió que esa no era vida para él y regresó a Rhode Island. En 1918 pidió el divorcio, que salió en 1921.

Al mismo tiempo, la popularidad de Aimee crecía. Y se convirtió en una celebridad cuando ganó fama de sanadora a través de la imposición de manos. Los testimonios de personas curadas por ella se multiplicaron por todo el país. Finalmente, se asentó en Los Ángeles. Con el dinero del diezmo que le ofrendaban sus fieles, construyó un enorme templo ubicado en el barrio de Echo Park, con capacidad para 3500 personas. Entre otros miles, en él fue bautizada Norma Jean Baker: Marilyn Monroe.

La inauguración del Templo de Los Angeles (Temple Angelus) el 1 de enero de 1923 fue operística. Aimee preparó una extraordinaria puesta en escena. Se vistió con un uniforme de enfermera y una capa. Y para presidir la ceremonia, se sentó en un imponente trono de terciopelo rojo. La música atronó el recinto: rodeándola había un coro de 200 personas y dos orquestas. Logró un éxito inusitado: los cuatro servicios que hacía el domingo y los dos que tenían lugar durante la semana rebalsaban de fieles. De lunes a viernes, además, había sesiones especiales de sanación.

Más que un servicio religioso, lo que ofrecía Aimee era un espectáculo. Y allí residió el secreto de su éxito. El Templo de Los Angeles tenía un escenario ubicado en el centro del recinto y tribunas a los costados. Utilizaba actores, escenografía y vestuario teatral, técnicas de iluminación, maquillajes extravagantes. Todo servía para montar su show. Para un sermón sobre Jonás mandó construir una ballena gigante. Cuando hizo un avivamiento para la policía de Los Angeles, apareció vestida como una oficial de la fuerza y manejando una motocicleta policial.

Hurgando entre el mundo de la actuación conoció a Charles Chaplin, a quien le pedía consejo para sus espectáculos. Con el actor entabló una profunda amistad. Pero a esa exuberancia visual le agregaba el don de la palabra, que combinaba con su histrionismo. Podía hablar sin detenerse durante una hora y media con un discurso potente, en el que usaba recursos dramáticos que encandilaban a su audiencia. A los fieles habituales de la congregación se sumaron miles, que iban por el espectáculo y terminaban convencidos por los sermones de Aimee.

Además de el Templo, publicaba revistas religiosas. Pero su revolución comenzó en 1920, cuando empezó a dar sus sermones a través del medio de comunicación más poderoso de la época: la radio. Así logró llegar a cada rincón de su país. Creó un estilo que luego copiaron miles: el del pastor mediático. En 1924 compró la emisora KFSG, considerada la radio cristiana más antigua del mundo. Fue la segunda mujer norteamericana en obtener una licencia radial por parte del Departamento de Comercio.

Y todo eso se basaba en la congregación religiosa que había fundado poco antes: la Iglesia Cuadrangular. Explicó su doctrina en un sermón que brindó en San Diego, California, representando a Jesucristo como el “Salvador, el Bautista con el Espíritu Santo, el Sanador y el Rey”. Hoy, la Iglesia Cuadrangular tiene alrededor de 8 millones de seguidores en todo el mundo.

La Hermana McPherson, como la llamaban sus fieles- fue parte, en la década del 20 del siglo pasado, del olimpo de la fama de los Estados Unidos junto a artistas de la talla de Charles ChaplinRodolfo Valentino o Johnny Weismuller, deportistas como Babe Ruth y Jack Dempsey y glorias norteamericanas como Charles Lindberg, el primer hombre en cruzar el océano Atlántico en aeroplano. Muchos de ellos aceptaban con gusto sus invitaciones al Templo de Los Ángeles.

Sin embargo, el 18 de mayo de 1926, su imperio comenzó a tambalear. Ese día, Aimee fue a nadar a la playa de Venice Beach, en Santa Mónica, junto con una asistente. Por la tarde debía presentarse en el Templo. Su secretaria fue hasta un hotel cercano para hacer una llamada telefónica y, a su regreso, Aimee había desaparecido. La buscaron por todos lados sin ningún resultado. Dos de sus seguidores se ahogaron al meterse al mar para buscarla. Los periódicos competían para ver cuál contaba la teoría más disparatada sobre su desaparición. Llegaron a especular con la presencia de un monstruo marino que se la había tragado, como en la Biblia sucede con la ballena y Jonás.

Su madre, Minnie, pensó que se había ahogado. Pero esperó durante un mes que se produjera un milagro. En ese lapso de tiempo llegaron miles de mensajes de personas que supuestamente la habían visto con vida. Llamaban a la radio y enviaban cartas al Templo. Algunos pedían rescate para brindar un dato certero. En un mismo día la “vieron” en dieciséis ciudades distintas, algunas muy lejanas. La propia Minnie ofreció una recompensa de 25 mil dólares.

Finalmente, el 20 de junio Minnie ofició un servicio en el que dijo: “Aimee está con Jesús”. Esto fue interpretado como la aceptación de su muerte. Pero tres días después, al Templo llegó una llamado desde Douglas, un pequeño pueblo de Arizona en la frontera con México, a mil kilómetros del sitio de la desaparición: Aimee se encontraba en el hospital, recuperándose de lo que llamó “un secuestro”.

La Hermana McPherson le relató a la policía que al salir del agua, una pareja se le acercó para pedirle que rezara por su hijo enfermo que, le dijeron, se encontraba esperando en el auto. Cuando se acercó, relató, la empujaron dentro del coche y la durmieron aplicándole un pañuelo con cloformo sobre el rostro. Contó que cuando despertó ya no tenía puesto su traje de baño sino un vestido. Que sus captores obedecían al nombre de Rose y Steve. Que había un tercer hombre que no identificó. Que el motivo de su secuestro era económico, porque la torturaron quemándola con un cigarro en la mano para sacarle información. Que estaba recluida en una habitación tapiada. Finalmente, le contó a la policía que en un descuido pudo escapar, cortando sus ataduras con la tapa de una lata. Huyó por una ventana y caminó durante unas 14 horas por el desierto, sin rumbo. Por la noche, explicó, se guió con las luces de una ciudad, que resultó ser Agua Prieta, en Sonora, México, que comparte frontera con Douglas. Una jauría de perros la asustó y se metió en el jardín de la casa de un matrimonio mexicano, que la descubrió y llevó al hospital.

La noticia causó conmoción internacional. Cuando regresó a Los Angeles, en la estación de tren la aguardaban entre 30 y 50 mil personas.

Pero muy pronto comenzaron a aparecer puntos débiles en el relato de Aimee. O más bien, se unieron cabos: en el mismo momento en que la Hermana McPherson desapareció, también lo hizo el operador técnico de su radio, llamado Keneth Ormison, que estaba casado pero tenía una estrecha relación con Aimee. La especulación fue que ambos habían huido para pasar un tiempo juntos. Esto fue aprovechado por los numerosos enemigos que Aimee había ganado desde su irrupción en Los Angeles. Muchos fieles de otras iglesias habían sido captados por ella, y fue la oportunidad que otros pastores no dejaron pasar para desacreditarla.

El escándalo llegó a los tribunales de la ciudad. El fiscal del distrito de Los Angeles, llamado Asa Keys, intentó demostrar primero que la versión del secuestro era un invento de Aimee, que lo había hecho para obtener dinero de una supuesta colecta como homenaje por “su muerte” o por la promoción que significaban su milagrosa aparición y su caminata por el desierto. También se citó a tres supuestos secuestradores, Steve, Rose y John Doe. Por supuesto, Keys jamás pudo demostrar esas acusaciones. Pero insistió.

El segundo argumento que utilizó fue que Aimee y Kenneth Ormison se habían recluido en una casa en la ciudad de Carmel by the Sea, al sur de Monterrey. Esta vez, Keys apuntó contra varias personas del círculo de la predicadora, incluida su madre, como cómplices del supuesto fraude.

El juicio por jurados se convocó para enero de 1927. Si era encontrada culpable, Aimee podía enfrentar una pena mayor a los 40 años de cárcel. Durante el proceso, el fiscal intentó demostrar que era imposible que una mujer caminara por ese desierto, en pleno verano, durante más de medio día. El alcalde de Agua Prieta, Ernesto Boubion, dijo que la habían dejado en un automóvil cerca de la localidad. Pero luego su testimonio fue destrozado por su traductor, quien testificó que el hombre le había pedido un soborno a Aimee para no declarar en su contra.

Finalmente, el fiscal Keys retiró todos los cargos contra Aimee Semple McPherson. Pero tantos meses de titulares en los diarios contra ella minaron la reputación de la predicadora. Para muchos de sus seguidores, debió insistir para que se declarara definitivamente su inocencia.

No obstante, continuó predicando con éxito, aunque el glamour que rodeaba sus presentaciones ya no tenía el mismo efecto sobre su público. Para colmo, comenzó una sorda disputa con su madre por el control de la Iglesia Cuadrangular.

En esa época conoció a quien fue su tercer esposo, el actor y músico David Hutton. Se casaron en 1932, y el mismo día de la boda ella fue alertada que una mujer había demandado por fraude a Hutton. De la impresión, Aimee cayó al piso y tuvo una fractura de cráneo. Para recuperarse, viajó a Europa junto a su flamante esposo. Allí se dio cuenta de que las advertencias sobre Hutton no eran en vano: el actor se presentaba en cabarets, a sus espaldas, con un show llamado “El hombre de Aimee”, donde la ridiculizaba. También descubrió numerosas infidelidades.

Este nuevo escándalo, sumado al de su desaparición, afectaba a su Iglesia. El matrimonio no duró ni un año: para 1933 estaban separados y el divorcio legal se dictó en 1934. Para Aimee fue suficiente: no se volvió a casar.

Durante sus últimos años vivió en una mansión de estilo oriental en las afueras de Los Angeles. Ya no era una celebridad, pero continuaba predicando por todo el país. El constante estrés que había acumulado en los últimos años le pasó factura a su cuerpo. Sufría de insomnio, y comenzó a tomar demasiadas pastillas para dormir.

El 27 de septiembre de 1944, su hijo la fue a despertar a las diez de la mañana a su habitación de un hotel en la ciudad de Oakland, en California. Alló, el día anterior, había encabezado un avivamiento. La halló inconsciente. Los médicos que llegaron para atenderla declararon su muerte por un paro cardiorrespiratorio a las 11.15 de esa mañana. A su lado encontraron un frasco de pastillas para dormir y otro de secobartibal, un poderoso sedante que su médico personal no le habia recetado. Se supo que durante esa mañana lo había llamado porque se sentía mal, pero estaba en una cirugía. Entonces, telefoneó a otro, que la derivó a un tercero. Nunca llegó a hacer esa llamada: se desvaneció antes.

Durante los siguientes 44 años, su hijo Rolf se hizo cargo de la Iglesia Cuadrangular.

El entierro de Aimee fue multitudinario. Más de 50 mil personas se apiñaron en el cementerio Forest Lawn Memorial Park de Los Angeles para despedirla. Hay un mito que circula sobre ese último acto: que, como un último gesto de teatralidad, dentro del ataúd colocaron un teléfono, por si Aimee resucitaba y quería comunicarse desde el más allá.

Pero debe ser una leyenda urbana: hasta hoy, ninguna llamada se registró desde ese número.