El día que el FBI acorraló a Osho, el gurú del sexo: una fortuna en joyas y un avión que no llegó a despegar

El día que el FBI acorraló a Osho, el gurú del sexo: una fortuna en joyas y un avión que no llegó a despegar

Llevaba cuatro días de escape exitoso el 27 de octubre de 1985, durante los cuales había dormido de día y viajado de noche para que no lo reconocieran, cuando llegó al lugar donde lo esperaba el avión que lo sacaría de los Estados Unidos

 

El tipo escapaba como en una road movie policial. Viajaba de noche por caminos secundarios, acompañado apenas por unos pocos fieles dispuestos a seguirlo hasta las últimas consecuencias.

Por infobae.com





La justicia federal de los Estados Unidos lo buscaba por un largo rosario de delitos: lavado de dinero, engaño a las autoridades migratorias, sometimiento de personas a situación de esclavitud, armado de una suerte de ejército privado para aislar sus territorios como si se trataran de países independientes, presiones a vecinos de un tranquilo pueblo de Oregon para que se desprendieran de sus tierras y así ampliar su imperio e, incluso, de un ataque bacteriológico utilizando salmonella en lo que técnicamente podía calificarse de bioterrorismo.

Sin embargo, a primera vista, el aspecto del tipo parecía totalmente discordante con los crímenes de los que se lo acusaba. No vestía uniforme de camuflaje como los fundamentalistas blancos que no reconocían al gobierno de los Estados Unidos, tampoco un traje de miles de dólares como un empresario lavador de dinero, menos todavía se lo podía identificar con la imagen emblemática de un terrorista dispuesto a eliminar a una población entera con armas químicas.

Nada de eso: su aspecto era el de un maestro apacible, cargado de espiritualidad y poseedor de un aura de paz y amor capaz de seducir a miles de personas cuando la irradiaba.

Esa era la imagen con que se lo conocía, mientras su cara oculta – la verdadera – solo había sido denunciada por unos pocos, casi siempre alguna de las víctimas que había escapado de sus garras.

Aunque, quizás, en esa huida no mostrara esa cara pacífica y amorosa, sino que más bien se lo viera desesperado porque si lo atrapaban terminaría en la cárcel.

El tipo había nacido en la India como Chandra Mohan Jain, pero a lo largo de su vida había utilizado muchos otros nombres, entre ellos de Bhagwan Shree Rajneesh que llevaba escrito en su pasaporte, pero casi todo el mundo lo conocía por la identidad que se había sabido construir: la de Osho, el gran maestro espiritual.

Era el rostro que él mismo y un eficaz aparato de marketing habían querido mostrar: la del gurú de la libertad sexual, best seller en el mercado de los libros new age, capaz de criticar a Mahatma Gandhi por su “exaltación de la pobreza” y de decir que la vida espiritual no debía estar peleada con el dinero, como lo demostraban sus posesiones terrenales, entre ellas una flota de 93 Rolls Royce.

Detenido a último momento

Llevaba cuatro días de escape exitoso el 27 de octubre de 1985, durante los cuales había dormido de día y viajado de noche para que no lo reconocieran, cuando llegó al lugar donde lo esperaba el avión que lo sacaría de los Estados Unidos y lo pondría definitivamente a salvo de sus perseguidores, esos agentes del mal que portaban armas y unas placas brillantes con la sigla FBI.

Eran los agentes de quienes los perseguían y había denunciado: los políticos, los sacerdotes, los padres de familia a los que había separado de sus hijos.

“No es simplemente accidental que los sacerdotes estén en mi contra, los políticos estén en mi contra, los padres estén en mi contra, que todo el sistema esté en mi contra; no es accidental. Puedo entender con absoluta claridad la lógica de esto. Estoy tratando de deshacer lo que ellos han hecho. Estoy saboteando todo el modelo de esta sociedad de esclavos”, decía de ellos.

Estaba a punto de escapar de sus garras. Ya estaba a bordo del lujoso Learjet, a punto de carretear por la pista del pequeño aeropuerto de Charlotte, en Carolina del Norte, cuando el piloto debió apagar los motores porque el avión quedó rodeado de autos de los que bajaron agentes más de una decena de agentes federales fuertemente armados.

Lo vieron bajar por la escalerilla del avión y detener sus pasos un momento para mirar hacia el horizonte: quizás estuviera queriendo grabar en su retina una de sus últimas imágenes de esa libertad de la que tanto hablara o, tal vez, como dicen que sucede con los moribundos, haya el camino que lo había llevado desde la India hasta ahí.

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