El lado salvaje de Lou Reed: electroshocks para “curar” la homosexualidad y heroína en pleno escenario

El lado salvaje de Lou Reed: electroshocks para “curar” la homosexualidad y heroína en pleno escenario

Hace 10 años moría Lou Reed debido a una enfermedad hepática. El músico que transitó el lado salvaje de la vida y conoció la paz en las últimas décadas de su vida gracias al Tai Chi y su relación con Laurie Anderson (Tom Hill/WireImage)

 

Lideró una de las bandas más influyentes de la historia. Esa banda, al mismo tiempo, fue de las que menos éxito cosechó en su tiempo. Retrató a los marginales de la sociedad. Se codeó con ellos. Fue uno de ellos. La heroína lo mantuvo merodeando el abismo durante décadas. Destruyó hoteles, maltrató periodistas, atacó fans, vivió en las tinieblas, estragado por las adicciones, escandalizó con sus declaraciones, nunca trató de quedar bien con nadie, y publicó discos que ni siquiera él soportaba escuchar enteros. Intentaron curar su homosexualidad con electroshocks. Fue bisexual, se paseó con Rachel su novia trans por todos los tugurios de Manhattan durante casi una década, se casó y envejeció junto a Laurie Anderson. Su ciudad fue Nueva York. Él fue Nueva York (pocos artistas están vinculados a una ciudad como él). No le costó conseguir adláteres creativos talentosos. Trabajó con John Cale, David Bowie, Andy Warhol y encaró su último proyecto junto a Metallica.

Por infobae.com





En sus últimas dos décadas, la filosofía oriental (y Laurie Anderson) lo ayudaron a encontrar la paz que esquivó el resto de su vida.

Aunque haber sido el líder de Velvet Underground hubiera bastado para asegurarse un lugar en el olimpo del rock, hizo bastante más. Su estilo de vida salvaje venía acompañado por una búsqueda permanente, por la inmersión permanente en el riesgo creativo. Compuso y grabó varias obras maestras: el Disco de la Banana, Loaded, Transformer, Berlin, The Blue Mask, New York o Songs For Drella.

Infancia difícil

Lou Reed (Lewis Allan Reed) nació en Brooklyn el 2 de marzo de 1942. “No pude haber sido más infeliz en los años que crecí en Brooklyn. La mayor parte de mis recuerdos de infancia no están disponibles. Mi infancia fue tan poco placentera que no recuerdo nada antes de los 31 años”, le dijo a Anthony DeCurtis, su biógrafo. Problemas de atención y de conducta lo persiguieron durante sus primeros años. Luego, ya como universitario, fue sometido a instancia de sus padres y de los psiquiatras que lo atendían a sesiones de electroshock para tratar de “curar” sus inclinaciones homosexuales. Tres sesiones por semana durante dos meses. Todavía, a principios de los sesenta, no se conocían las consecuencias que esa terapia podía llegar a producir, los daños que infligía. Perdió la memoria lejana. Su adicción a las drogas empeoró el cuadro.

A los 10 años pidió su primera guitarra para poder tocar Blue Suede Shoes (Zapatos de Gamuza Azul). En su primera clase el profesor quiso enseñarle algunos rudimentos, conceptos básicos y generales. Él sólo quería que le explicara cómo hacer para que de la guitarra saliera su canción favorita. Ante la negativa del docente, Lou abandonó las lecciones. Leave Her For Me llamó al tema con el que se inició en la composición. “Por sus derechos cobré casi 3 dólares: mucho más de lo que gané con Velvet Underground”, diría mucho tiempo después.

Fue a la Universidad de Syracuse. Allí tuvo un programa de radio en el que pasaba jazz. Según la leyenda fue echado de la emisora una tarde en la que mientras se emitía una anuncio de una entidad benéfica, Lou eructó sonoramente al aire. Allí conoció también a uno de sus maestros: el escritor Delmore Schwatrz (que vio reflejados en Lou y sus excesos y su sufrimiento, su propia insatisfacción: Schwartz murió de cirrosis a los 52). La música fue su guarida, el lugar en el que pudo desarrollar sus pulsiones. Después de unos años de intentos y de búsqueda, formó Velvet Underground. El grupo era heterogéneo. Una especie de Armada Brancaleone aunque sofisticada e inconformista. El intratable Reed, un inquieto John Cale, siempre estirando los límites de la experimentación, tratando a de emular a sus admirados John Cage y LaMonte Young, Maureen Tucker, la baterista andrógina que no sabía tocar la batería, y el otro Morrison, Sterling, un estudiante de letras taciturno. Para ese primer disco se agregó Nico, la alemana que Warhol les impuso. La belleza helada y la voz inquietante. El Disco de la Banana, llamado así por la tapa diseñada por el artista plástico en el que en las primeras ediciones la fruta se podía pelar, y los otros tres álbumes de la banda forjaron a varias generaciones de músicos, les mostraron que el camino podía ser otro.

El debut en la música

Brian Eno, en una cita gráfica pero ya exhausta por las repeticiones, dijo que si bien el Álbum de la Banana en sus primeros cinco años vendió sólo 30.000 copias, cada uno de esos 30.000 compradores inició una banda. Cada banda sofisticada (y tal vez también las pretenciosas) que se inició en los setenta y los primeros ochentas fue influenciada por la Velvet (R.E.M, Talking Heads, Joy Division y decenas más).

Sobre ese debut, Mariana Enríquez escribió en ocasión de la muerte de Lou: “Cuando se editó, en 1967, no se parecía a nada, sonaba peligroso, hasta aterrador; emanaba sexo y cemento y muerte y drogas y la más profunda incomodidad –física, mental, espiritual. Hoy suena igual. Nada tranquiliza, nada da esperanzas en ese disco que pudo haber sido grabado ayer o mañana”. Eso. Una música fuera de tiempo. Adelantada y siempre en sintonía con lo más sórdido de la sociedad.

Eran los tiempos del Flower Power, de la Era del Arco Iris, de Paz y Amor. De la psicodelia. Velvet Underground irrumpió con otro mensaje. Si bien otros ya habían hablado de drogas, lo hacían desde lo lisérgico o con un pudor más evidente y conveniente. Ellos, y en especial Lou Reed, se despachaban sobre dealers, sobre travestis, sobre orgías con marineros, sobre sadomasoquismo y cualquier otro tópico sórdido e incómodo posible. “Escribir sobre la compra, el consumo y la adicción a drogas duras y extremas como la heroína y la cocaína resultaba algo totalmente impensado dentro del mainstream musical de esos años. Incluso se consideraba un piso infernal en el cual caer sin posibilidad redención”, escribió Wálter Lezcano en Por Qué Escuchamos a Lou Reed (Gourmet Musical).

A instancias de Paul Morrisey, Andy Warhol les prestó atención. Necesitaba un grupo musical, ansiaba ingresar en el mundo del rock. Él, gracias a su fama y contactos, les consiguió un contrato. Fue su productor y el diseñador del arte de portada de su debut. También quien insistió para que Nico se sumara como voz principal, decisión resistida por Lou Reed.

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