El relato de la joven que fue secuestrada y estuvo 83 horas enterrada en una caja bajo tierra

El relato de la joven que fue secuestrada y estuvo 83 horas enterrada en una caja bajo tierra

Barbara venía de una familia poderosa y adinerada. Era un secuestro fácil y la posibilidad de llevarse dinero en efectivo en muy poco tiempo

 

Atlanta, Georgia, 1968. Estados Unidos vive la convulsión por las protestas contra la guerra de Vietnam. Miles de jóvenes del movimiento hippie con sus pelos largos queman sus documentos de identidad como protesta contra el conflicto bélico. El gobierno de ese país paga el costo de las fotos de los ataúdes que llegaban en los vuelos desde el sudeste asiático.

Por infobae.com





Mientras todo eso sucedía, una chica vivía alejada de todos los problemas mientras estudiaba en la universidad de su ciudad. Barbara Mackle no tenía problemas económicos y solía escuchar a una banda inglesa que estaba teniendo mucho éxito: los Beatles. Su papá Robert Mackle era parte de una multinacional con sede en Florida que cotizaba en la bolsa de Nueva York.

Una estudiante más

Mientras daba los últimos exámenes, antes de la Navidad de 1968, la chica se contagió una gripe. Con fiebre muy alta y con dolor en todo el cuerpo, la madre de Barbara se acercó hasta el campus universitario para cuidar a su hija.

El virus se había extendido entre los alumnos y la enfermería de la universidad estaba repleta. Entonces, las dos mujeres Mackle alquilaron una pieza en un hotel de ruta en las afueras de Atlanta y allí se quedaron con paños fríos y baños de agua tibia para tratar de bajar la fiebre de Barbara. El objetivo era poder pasar la Navidad en familia. Sin embargo, el horror les iba a truncar sus planes antes de fin de año.

Aquí entra en escena el atacante de Barbara. Gary Stephen Krist era un veinteañero que había nacido en Alaska en 1945. Había empezado a robar a los 14 años y ese invierno se encontraba en las inmediaciones del hotel en el que intentaba curarse Barbara. Era fugitivo de la Justicia. Dos años antes, en 1966, se había escapado de la cárcel donde cumplía una condena por robo de autos.

El secuestrador al acecho

Este hombre merodeaba a la chica Mackle. La observaba en la biblioteca, en los parques universitarios y en las fiestas del campus. Luego se supo, que Krist hasta había examinado el registro social de la Biblioteca Pública de Miami. Allí encontró información de la familia.

Barbara venía de una familia poderosa y adinerada. Era un secuestro fácil y la posibilidad de llevarse dinero en efectivo en muy poco tiempo. Luego de eso, desaparecería de la zona por un tiempo para evitar que lo relacionen con el cautiverio de la chica.

Era la madrugada del 17 de diciembre de 1968. La chica deliraba de fiebre y su mamá intentaba calmarla con paños fríos. Entonces, llamaron a la puerta de la habitación. Los dos hombres se identificaron como agentes de policía. En realidad, Krist estaba acompañado por Ruth Eisemann-Schier, vestida de hombre.

Anunciaron que se había producido un accidente vehicular con un Ford blanco, el tipo de vehículo que conducía el novio de Mackle, Stewart Hunt Woodward.

Pero todo fue un engaño. Apenas, la mamá de Barbara quitó la cadena de seguridad de la puerta, los dos falsos oficiales entraron a la fuerza y mostraron sus armas. Y sus verdaderas intenciones.

En apenas segundos, sacaron a Barbara de la habitación y la metieron en un coche. Era un Volvo, estacionado en la puerta con el motor en marcha. La mamá no pudo gritar para pedir ayuda. Fue amordazada y atada a la cama.

La noche que arranca el horror

Krist y su cómplice durmieron a la joven universitaria con cloroformo. En el enorme baúl del Volvo llevaron a la chica hasta una zona rural cercana de Atlanta. Pero este no sería un secuestro normal de esos que podemos ver en alguna película.

El cautiverio de la joven Mackle no fue en una pieza oscura sin ventanas. Tampoco en un sótano cerrado con candado y cadenas. La idea de irist y su compañera era mucho más macabra.

Los secuestradores ubicaron a Barbara en una caja de madera, que ya estaba enterrada en un agujero. El espacio para la chica era de un poco más de 2 metros por 1. Apenas cabía acostada. Y no tenía espacio para pararse.

Barbara se resistió. Le gritaba a su secuestrador: “¡Seré buena!”. La volvieron a dormir con cloroformo. Luego, Krist cerró la tapa con 14 tornillos y la enterró bajo tierra.

El ataúd de Barbara estaba forrado con tela de fibra de vidrio y contenía una luz, algo de comida, una manta, un suéter, un ventilador y agua potable, que había sido mezclada con sedantes. Sobresalían dos mangueras para la entrada de aire. La colocaron dentro de la caja y los secuestradores le tomaron una foto sosteniendo un cartel con la palabra “secuestrada”. Era la prueba de vida que necesitaban para negociar el pago del rescate.

Más tarde, ya liberada, Mackle contó: “Sólo tenía que sonreír. Yo estaba pensando; Si papá lo viera, no quería que pensara que me habían lastimado”. Luego cerraron la caja y la cubrieron con tierra. Desde adentro, la joven escuchó el golpe de las piedras contra el techo de madera. Desde ese momento, sólo hubo silencio para la chica. El reloj empezaba a correr en su contra. ¿Cuánto tiempo podría sobrevivir enterrada bajo tierra?

Mientras tanto, en el hotel, la madre de la chica intentaba gritar con la boca cubierta de cinta. Recién cuando la mujer de la limpieza golpeó la puerta para entrar a cambiar las sábanas de la habitación, pudo contar todo lo que había pasado.

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