La vida de Ilse Koch, la más sádica de las criminales nazis: organizaba orgías y guardaba piel de sus víctimas

La vida de Ilse Koch, la más sádica de las criminales nazis: organizaba orgías y guardaba piel de sus víctimas

Ilse Koch, esposa del comandante del campo de concentración fue llamada La Zorra de Buchenwald. Su sadismo no tenía parangón. Cometió los crímenes más atroces (Wikipedia: US Army)

 

El 1 de septiembre de 1967, Ilse Koch, una mujer de poco más de 60 años, ata las sábanas de su cama y algún abrigo raído a lo alto de los barrotes de su celda. Después pega alaridos, grita consignas inconexas. Nadie le presta demasiada atención. Las otras reclusas y los guardias ya se acostumbraron. Después se sube al único banquito que hay en el calabozo y ajusta el nudo de la sábana a su cuello. Después se deja caer.

Por infobae.com





Tardaron bastante en encontrarla sin vida. Nadie quería acercarse a ella. Dejó una carta que decía: “No hay otra salida para mí. La muerte es la única salvación”.

Cuando su hijo Uwe recibió la llamada desde la cárcel, no se sorprendió al recibir la noticia.

Ilse Koch se había ahorcado en prisión. Casi nadie lo lamentó. Era un ser tan infame que el apodo que le habían puesto era La Zorra de Buchenwald.

Si bien la atención sobre la crueldad nazi suele centrarse sobre los jerarcas y sobre algunos de los comandantes de los lagers, también hay una serie de mujeres con conductas aberrantes que fueron identificadas y juzgadas. Algunos de esos nombres: Irma Grese, Maria Mandel y Herthe Bothe.

Ilse, la mujer que asustó a los nazis

De todas ellas, Ilse Koch fue la que mayor relevancia posterior obtuvo. Muy posiblemente porque su inhumanidad alcanzó cimas casi inimaginables. Su conducta era tan cruel, alcanzaba tales niveles de sadismo, que hasta los líderes nazis se horrorizaron.

Esposa de un comandante de campo de concentración, desplegaba su maldad y perversión sobre los prisioneros. Los vejaba con un palo con hojas de afeitar en sus costados, los hacía tener sexo delante suyo, se mostraba desnuda delante de ellos y quien no se excitaba de inmediato era ejecutado, había torturado gente, ordenado asesinatos y hasta había matado prisioneros con sus propias manos. Había algo más. Se la acusaba de tener un hobbie macabro: mandaba matar gente para que luego fueran descarnados y ella pudiera coleccionar trozos de piel tatuados. Hasta se la acusaba de haber mandado a hacer una pantalla de velador con restos cutáneos de sus víctimas.

Tanto era el horror que había producido, el dolor que había provocado, de tal magnitud había sido la magnitud de sus crímenes que cuando finalmente fue condenada a cadena perpetua, la sentencia fue resistida y casi provoca una revuelta popular: la gente quería que fuera condenada a muerte.

Margaret Ilse Köhler había nacido en 1906 en Dresde. Apenas terminada la Primera Guerra Mundial, como tantos otros alemanes, tuvo que ganarse la vida como pudo. Fue empleada en fábricas y distintos comercios hasta que en 1932, también como tantos otros alemanes, se afilió al Partido Nazi. Esa adscripción temprana le trajo beneficios; cuando los nazis llegaron al poder, su posición mejoró. A los pocos años le consiguieron un puesto administrativo en Sachsenhausen, uno de los primeros campos de concentración. Heinrich Himmler le presentó al encargado del campo, Karl-Otto Koch, y desde su autoridad les recomendó que se convirtieran en pareja. Ellos obedecieron y al poco tiempo se casaron. Ella pasó a ser Ilse Koch y la secretaria del campo de concentración.

Karl-Otto Koch era un hombre ambicioso e inescrupuloso. No parecían existir los límites para él. El poder le permitía moverse sin dar explicaciones. La locura de Hitler y sus hombres hizo que los campos se expandieran y la matanza se pusiera en marcha. Koch fue nombrado comandante de Buchenwald un par de años antes del inicio de la guerra. Levantó el campo y desparramó su arbitrariedad por cada rincón de él.

Por Buchenwald pasaron casi 250.000 prisioneros de los que se calcula fueron asesinados más del 25 por ciento. En Buchenwald no había cámaras de gas, pero las muertes por inanición, enfermedades, abusos de los guardias y arbitrariedades de las autoridades eran cotidianas y masivas.

La casa con vista al horror

A Koch y a su esposa les gustaba vivir bien. Se construyeron una mansión que fueron amoblando con lo mejor de lo producido con el saqueo de sus víctimas. La megalomanía del matrimonio tuvo un ejemplo contundente en el zoológico que montaron dentro de las instalaciones del campo de concentración. Hicieron traer especies exóticas de todas partes del mundo.

Ilse Koch era mucho más que la esposa del comandante del campo. Las mujeres de los comandantes no solían salir de sus casas, eran amas de casas que se dedicaban a criar a sus hijos y a generar la ilusión de normalidad en las vidas de sus hijos. Pero Ilse era diferente. Su lugar no era pasivo. Ella se hacía notar. Paseaba su enérgica arrogancia y su cabellera pelirroja por cada rincón y daba órdenes de manera constante. Todos le temían. Y había motivos. Era impiadosa.

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