La otra cara: “Ser optimista es malo” Por José Luis Farías

La otra cara: “Ser optimista es malo” Por José Luis Farías

Ahora resulta que ser optimista es malo. Que debemos ir a la contienda electoral con la cara fruncida y amargada del pesimista sin remedio. Que decir que todo indica que ganaremos es una suerte de estupidez porque el adversario es infalible, nunca se equivoca, a pesar de que la situación en la cual se encuentra es resultado de su larga cadena de errores políticos. No, señor. Ser optimista es malo, muy malo. Es un error garrafal. No importa que tu entusiasmo esté asentado en un realismo inocultable como el deseo de cambio que anima a una amplia mayoría de la población.

Según los presuntos “sensatos”, no es conveniente alentar esperanzas en la población, que hacerlo es ser “triunfalista” sin base, que lo “políticamente correcto” es esperar “el último out” con las esfínteres apretadas. . Pues lo contrario es promover “falsas expectativas”. ¡Qué brillante sabiduría la de los “prudentes”! Por supuesto, porque nada anima más a un electorado que la imagen de sus líderes retorciéndose en la desesperanza, clamando con voz temblorosa que quizás, sólo quizás, las cosas puedan mejorar si el cosmos se alinea y Maduro decide voluntariamente retirarse a la meditación en los Andes.

Claro que se han cometido muchos errores. El principal fue mentir, no ser optimistas. En el referéndum revocatorio de 2004, por ejemplo, se dijo que íbamos a ganar de calle mientras se escondían las encuestas que nos daban como perdedores. El cuadro político a nuestro favor de 2002 y 2003 había cambiado con la creación de las misiones sociales y no había forma de ganar en 2004, pero la dirigencia de entonces prefirió mentir y luego ocultar su mentira cantando “fraude” cuando la derrota era clara. Fue una situación muy distinta a la actual.





Todas las encuestas nos dan una victoria clara, aunque sus voceros extrañamente en los últimos días dan unos giros sospechosos, sin poder ocultar el eco profundo de la calle, del inmenso descontento popular. Pero los “prudentes” insisten en que no debemos decirlo porque “no sabemos qué hará el gobierno”, si un “dakazo” o cualquier otra fechoría que invierta el resultado. ¡Ah, la prudencia! Esa noble virtud que, según nuestros más avezados estrategas, consiste en negar la realidad hasta que la realidad te niegue a ti.

El optimismo no solo como una disposición anímica favorable, sino como una actitud crítica y reflexiva frente a la realidad, es una capacidad para interpretar las situaciones de manera que se promueva la acción y la solución de problemas. Pero los pesimistas se empeñan en que nos rindamos ante las dificultades. Que pongamos de lado esa fuerza que motiva al individuo a buscar oportunidades en medio de las adversidades y a mantener la esperanza en la mejora continua.

Por supuesto, el optimismo debe estar basado en la realidad y no en una ilusión ingenua. Convertirlo en una postura activa y comprometida con responsabilidad y esfuerzo para transformar el entorno y lograr nuestros objetivos. El optimismo, desde esta perspectiva, es una herramienta esencial para el desarrollo personal y social, fomentando la creatividad, la resiliencia y el progreso. José Antonio Marina, reconocido filósofo, destaca que “el optimismo no es una fantasía irrealizable, sino una fuerza movilizadora”.

Entonces, que se nos acuse de optimistas. Que se nos tache de triunfalistas. Mejor eso que resignarse a la amarga letanía de los pesimistas crónicos, esos que prefieren el cómodo refugio de la desesperanza al riesgo de la esperanza. Porque, en última instancia, el optimismo no es un mero acto de fe, sino una declaración de intenciones. Es afirmar que, pese a todo, creemos en la capacidad del pueblo venezolano para forjar un futuro distinto, mejor y más justo.

Así pues, sigamos adelante con la certeza de que la realidad nos favorece. Que la fuerza de nuestro optimismo, basada en la cruda y dolorosa verdad, será el motor que impulse el cambio. Porque, como dijo el gran Wilde, “el optimismo es el fundamento del coraje”. Y en este momento crucial de nuestra historia, es el coraje lo que más necesitamos.

Realismo y optimismo

La realidad hay que tenerla presente sea favorable o desfavorable. Sin duda, no hay que engañarse, pero si nos favorece en nuestra ruta hacia el triunfo, como es evidente en este proceso electoral presidencial de 2024 en Venezuela, debemos agitarla como un instrumento que afianza la victoria inminente contra el peor gobierno de nuestra historia encabezado por Nicolás Maduro.

En este contexto, la realidad es una aliada poderosa. Las encuestas son claras, los murmullos de las calles resuenan con una melodía de cambio, y el descontento popular es un río caudaloso que nada puede detener. No es el momento para la falsa modestia o para el pesimismo paralizante. Es el momento para ser valientes, para mirar de frente a la realidad y reconocer que, por primera vez en mucho tiempo, las estrellas se han alineado a nuestro favor.

La historia de los pueblos que han logrado liberarse de la tiranía la opresión siempre ha estado marcada por un punto de inflexión, un momento en que las fuerzas de la razón y la justicia convergen en una ola imparable de cambio. Este es nuestro momento. No podemos permitir que la excesiva cautela nos arrastre al letargo con su miedo al “triunfalismo”. La prudencia, en este caso, es una forma de cobardía.

Maduro ha cometido error tras error, y su gobierno ha llevado a Venezuela a la ruina económica, moral y social. Este régimen ha subestimado la fuerza de un pueblo decidido a recuperar su dignidad. Ha creído que el caos y la incertidumbre sembrados podrían perpetuar su poder. Sin embargo, el pueblo venezolano ha despertado de su letargo, y la realidad de su miseria es ahora el combustible de su determinación.

La realidad, repito, no debe ser vista como un obstáculo sino como una aliada. Cada cifra de inflación, cada informe sobre la crisis humanitaria, cada testimonio de sufrimiento es un grito que resuena en todo el país, recordándonos por qué luchamos y por qué no podemos fallar. Es cierto que debemos ser cautos y no caer en la complacencia, pero también debemos ser audaces y asumir la responsabilidad que nos da una situación que, por fin, nos favorece.

La ruta hacia el triunfo no será fácil. Habrá obstáculos, intentos desesperados por parte del régimen de aferrarse al poder, pero la fortaleza de nuestro optimismo, fundamentado en la cruda y dolorosa realidad, será nuestra guía. Debemos mantener la mirada fija en el objetivo: liberar a Venezuela del yugo de Maduro.

La victoria está al alcance, y no debemos dejar que el temor o la duda nos desvíen de nuestro camino. La historia nos observa, y el futuro de Venezuela depende de nuestra capacidad para transformar la realidad en una herramienta de cambio y esperanza. La victoria contra Nicolás Maduro no es solo deseable, es inevitable si mantenemos la fe en nuestra causa y la claridad en nuestra visión.

Así, en este crucial 2024, debemos marchar con la cabeza en alto, sabiendo que la realidad nos respalda y que, con cada paso, nos acercamos más al amanecer de una nueva Venezuela, libre y próspera.

En una Venezuela donde el descontento se palpa en cada rincón, negar la posibilidad de cambio es tanto un error como una traición a la esperanza de millones. El optimismo bien fundamentado es un motor que nos lleva a la acción, nos hace valientes frente a las adversidades y nos permite ver luz donde otros solo ven sombras. Así, al enfrentarnos al 28 de julio, debemos abrazar ese optimismo crítico que nos impulsa a seguir adelante, convencidos de que el cambio es no solo posible, sino inevitable. Ya lo dijo Víctor Hugo en frase memorable: “incluso la noche más oscura terminará con la salida del sol”